RISSOTTO DE LANGOSTA
Cuba no es ajena a los sincretismos: aquí se fusionaron instrumentos europeos con tambores indios; catedrales españolas y santos africanos. Este rissotto de langosta representa una mezcla igualmente afortunada: el crustáceo más celebrado de estos mares se cocina con arroz arbóreo y una cremosa salsa de queso parmesano. No por nada es el platillo estelar de El del frente.
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MALANGA
Si quieres probar algo bien cubano, pide malanga. Este tubérculo, del que Cuba es el principal productor mundial, se come como puré o como croqueta (por su exterior crujiente e interior ligeramente viscoso y suave, nuestra preparación favorita). Pídela con miel, como dicta la costumbre.
VIANDA FRITA
En Cuba ninguna comida tradicional está completa sin la vianda. Plátano macho o papa: danos hoy nuestro carbohidrato de cada día. El boniato, que en México llamamos camote, se fríe con un poco de ajo y, a pesar de su aparente sencillez, o quizá por eso mismo, es uno de los platos favoritos de los cubanos.
FRIJOL
En China es el tallarín, en Francia la baguette pero en Cuba el acompañamiento predilecto es el frijol negro. De orígenes humildes pero carácter noble, acompaña el cerdo, plátano y arroz (ese platillo con nombre políticamente correcto: moros con cristianos). Seguramente a ti también te acompañará: no hay forma de escapar. En Cuba, lo mismo que en México, el frijol es omnipresente.
EL DEL FRENTE
O’Reilly 303, La Habana Vieja.
Hace un par de años, José Carlos Imperatori tuvo una idea que podía pecar de ingenua: abrir un bar con aspiraciones de mixología en un país donde no siempre sabes si te surtirán las cervezas. A José Carlos le había ido bien con su primer local, O’Reilly 304, y decidió abrir el nuevo en una vieja casona cruzando la calle. El resultado es El del frente.
Además de ser famoso por su comida y cocteles, el lugar se caracteriza por un techo a doble altura, su porcelana anticuada y una terraza con vistas de La Habana Vieja. También por su decoración: en las paredes cuelgan obras de importantes representantes del arte cubano contemporáneo.
Tony, que atiende la barra, sugiere no irse sin probar el “Red point”, un gin tonic preparado con junípero, pimienta y cachucha (un chile habanero sin picor) o un “Havana Londres”, mitad gin tonic y mitad daiquirí, el cual seguramente habría complacido al mismísimo Graham Greene. Los mojitos de fruta fresca que, además de limón pueden llevar sandía, guayaba o mamoncillo (guaya), son refrescantes y acidulados.
NAZDAROVIE
Malecón 25 entre Prado y Cárcel.
No todo en Cuba es palmeras. Tampoco salsa. Ni siquiera ron. Y si no lo crees, date una vuelta por Nazdarovie. Ubicado en el segundo piso de una vieja casa donde la terraza asoma al mar, se puede aquí vivir una experiencia de la guerra fría en latitudes calientes: comer borscht y pelmeni en La Habana, acompañados de un refrescante mojito o un derecho de vodka.
Pero Nazdarovie, con sus pósteres soviéticos, no es ninguna excentricidad sino un restaurante que surge de la lógica histórica: mientras que en el resto del continente los estudiantes soñaban con las universidades de Estados Unidos e Inglaterra, durante tres décadas los de Cuba se fueron por millares a Riga y a Moscú. Cuba es famosa por sus rones, pero el intercambio cultural con la URSS significó que muchos aquí aprendieran a beber vodka. Lo que alguna vez fue política se volvió emoción y hábito: luego del omnipresente ron, la bebida espirituosa que más se destila en Cuba es el vodka (el Galeón es el de más fama).
Según las palabras del encargado, Nazdarovie busca “rendir homenaje a los recuerdos de los cubanos que trabajaron y estudiaron en la URSS”. Incluso hay descuentos y un menú especial dedicado a los exalumnos. Para los demás visitantes, Nazdarovie es, quizá, lo que el mundo pudo haber sido si los soviets hubieran ganado la guerra.
HELADERÍA COPPELIA
Calle 23 y L, Vedado.
Pocas cosas son baratas hoy en La Habana. El helado de Coppelia quizá sea la última que es casi regalada. A peso cubano por bola, “cuesta menos que la guagua”, se dice en esta ciudad.
La heladería Coppelia es monumental y parece, arquitectónicamente, una especie de catedral modernista. Los salones para comer helado, dispuestos circularmente en el segundo piso, son como claustros futuristas. Sólo se puede acceder a ellos tras hacer una larga fila.
Sobre las mesas se ven oblongos platos de plástico. Bolitas circulares son devoradas por comensales con ayuda de cucharas de aluminio. Algunos piden tres o cuatro órdenes (“es barato, muy barato”) y les agregan jarabe dulce y maní.
A pocos pasos del Cine Lara y el Malecón, el alboroto que se arma alrededor de la heladería Coppelia forma parte de las actividades domingueras por excelencia en la isla. Dicen los habaneros que si comiste helado, viste una película y chismeaste en el malecón, tu fin de semana fue un éxito rotundo.
ANTITURISTA es una colaboración entre VICE e Interjet. Viaja a Cuba y piérdete en el goce.