Lo que echo de menos de ser estudiante

Pocas son las personas que disfrutan de su momento presente. Visualizo cientos de rostros deprimidos en todas las ciudades y pueblos del planeta. Panaderos que han olvidado la felicidad que les producía pensar que estaban amasando con sus propias manos el pan que alimentaría a varias familias del barrio; panaderos que ahora miran ese coágulo de harina húmeda que tienen delante y no les produce ningún tipo de placer, más bien lo contrario, lo miran con absoluto desprecio y maldicen el momento en el que decidieron seguir con el negocio familiar y moldear pan en vez de esculpir esculturas y ser un artista de renombre, “tendrías que dedicarte al arte, Manuel, se te da realmente bien trabajar con las manos” le dijo ese profesor de plástica a los 16 años pero prefirió hacerle caso a su padre y lo único que ha hecho en la vida ha sido hacer pan, día tras día, pan, pan. Pan.

También tenemos a señoras casadas que se esconden en el baño para masturbarse y se preguntan cómo coño han llegado a esta situación: divorciadas, odiando su trabajo en el bufete de abogados y escondiéndose de sus hijos para encontrar un pequeño momento de placer en su cuerpo antes de prepararles la cena a esos pequeños bastardos.

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Al igual que estos tristes y marchitados adultos, los jóvenes estudiantes repletos de sueños y esperanza viven, en su momento presente, un infierno particular. Probablemente odien levantarse temprano por la mañana para coger el transporte público y pasarse todo el día escuchando a un tipo que mira de forma curiosa los escotes de las compañeras de clase mientras cuenta no-sé-qué sobre materiales cerámicos que se utilizan como aislantes térmicos. Ese tedioso momento en la vida en el que tienes que introducir datos en tu cabeza y, aún peor, retenerlos durante más de dos días. También son días de comer pasta con salsa de tomate y atún cada maldita noche o, si vives con tus padres, sentir en cada momento el sonido que hace tu libertad caer contra el suelo y estallar en mil pedazos.

De todos modos, cuando dejas de ser estudiante y empiezas a vivir la gran mentira de la vida adulta —eso de limitarse a trabajar y a dar vueltas incongruentes dentro de un supermercado— empiezas a mitificar esos días de estudiante, tildarlos de “los mejores momentos de nuestras vidas”. Puede parecer exagerado, sin duda, pero hay varias cosas que todos deberíamos echar de menos de ser estudiante.

LA INMORTALIDAD

Un cuerpo joven puede resistir muchas cosas: una paliza brutal en el metro, la triste noticia del fallecimiento de un ser querido y, sin ninguna duda, una resaca épica. Básicamente, a esa edad no existen las resacas infernales y lo más interesante es que el contexto en el que se desarrolla este momento en el que el cerebro está un poco seco no es nada agresivo. Si te emborrachas entre semana y al día siguiente ves que en clase tienes que desconectar tu cerebro y perderte el tema de esos tipos llamados situacionistas, pues NO PASA NADA. Te aíslas con tus pensamientos repetitivos o, directamente, puedes quedarte en casa durmiendo, nadie se va a morir porque te pierdas las andanzas de Guy Debord. De adulto, si la noche anterior te bebiste seis wiskolas, el día en la fábrica puede complicarse un poco, tu cabeza adormecida y delirante podría hacer que perdieras la mano en la guillotina de cortar papel o, aún peor, que perdieras el trabajo.

SUEÑOS

De pequeño tenías el peluche de un pájaro pero para ti era algo más. Era tu amigo y estabas seguro de que algún día cobraría vida y podrías verlo volar, lo único que tenías que hacer era abrazarlo muy fuerte cada noche y jugar con él. En la universidad creías que si estudiabas mucho y por la noche memorizabas pasajes de la entrevista que le hizo Truffaut a Hitchcock llegarías a ser un gran director de cine. Sueños, ilusiones, fantasías. Esa época dorada del estudiante en el que la esperanza existe se desvanecerá en el momento en el que empieces a buscar trabajo. No me negaréis que esa sensación de que “toda es posible” era algo maravilloso. Ahora no es solo que nada sea posible si no que no tenemos ni fuerzas para imaginar cosas que se escapen de nuestra lamentable racionalidad. Como mucho lo máximo que esperamos de la semana es que la cajera del Mercadona se olvide de cobrarnos el “cóctel de encurtidos”.

Amor estudiantil. Imagen vía

AMOR

De la misma forma que los sueños, esa época juvenil en la que nos vemos rodeados de personas de nuestra edad y con intereses similares es el caldero perfecto en el que se gestará el amor verdadero. Ese amor que ya no es una novedad preadolescente desbocada ni tampoco la excusa con la que los adultos camuflan las simples ganas de follar de forma periódica o intentan evitar la soledad existencial. Es un afecto hacia el prójimo desmesurado pero precavido, conocedor de las grandes mentiras que a veces espeta el corazón pero con ganas de experimentar y ataviarse con la piel del otro. En fin, es de esas cosas que hacen que vivir valga la pena, como cuando un vendedor de cerveza callejero te hace eso de “seis latas por cinco”.

LLENAR TU CABEZA CON MIERDA INTERESANTE QUE NO VAS A UTILIZAR EN TU VIDA

Hay algo de bello en acumular conocimiento, dicen que incluso esto ha sido lo que ha hecho que la humanidad progresara y, finalmente, destruyera el planeta Tierra en 2040. Aprovecha estos días de absorción de información porque de adulto lo único que podrás aprender y memorizar son esas cosas con las que puedas conseguir un poco de tabaco, sexo o dinero. Joder, a veces incluso resulta una odisea intentar recordar nombres de personas, sobre todo los de tus propios hijos, y creedme, esto puede resultar, a veces, un tanto humillante.

COMETER ERRORES

Los errores hay que cometerlos mientras se aprende. No pasa nada si diseñas un brazo mecánico para que pinte carrocerías de coches pero termina siendo una máquina que aplasta cabezas humanas, un profesor detectará el error, te corregirá y te suspenderá el proyecto. Nada más. Pero si esto te pasa en el mundo real y nadie detecta ningún fallo, entonces tendrás problemas bastante serios. Y no me refiero al “problemilla” de terminar en la cárcel, me refiero a que, a partir de este momento, los compañeros de gremio (los ingenieros), tus familiares, tus amigos y toda la gente que te rodea se referirá a ti como “ese tipo que le aplastó la cabeza a 500 empleados de SEAT”.