D de “decapitado”

Éste es uno de 29 testimonios que he recogido entre gente metida en la Guerra contra el Narco. Los nombres y locaciones específicas han sido omitidas por seguridad. Lo he acompañado de un dibujo y de mi definición sobre alguna de las 29 palabras que he escuchado mentar a esta gente. Aquí les dejo la palabra de esta semana: Decapitado.

I. A principios de agosto del 2011, las cabezas de tres mujeres fueron halladas en el municipio de Allende, Nuevo León. Las tres tenían 24 años. La noche anterior a la mañana que las hallaron habían ido a un bar. A su salida, las tres fueron interceptadas por 14 policías municipales. Las detuvieron, de acuerdo al propio vocero de seguridad pública, Jorge Domene, “por una falta administrativa”. Luego las llevaron a la plaza central del municipio, donde las retuvieron hasta la medianoche, cuando un comando armado fue a “levantarlas” en un convoy de camionetas último modelo y vidrios polarizados. Al siguiente día aparecieron las cabezas al interior de una caja de plástico en la carretera hacia Cadereyta. Junto a la caja había una cartulina con un narcomensaje: “Esto les pasa por charoleras, ahí te van Subteniente Martínez”. Las mujeres fueron mutiladas y decapitadas de tal manera que pudieron caber fácilmente en el contenedor blanco del tamaño de una hielera mediana para cerveza. Los mexicanos, a un nivel inconsciente, reconocemos en la violencia extrema una repetición de nuestra historia. El recrudecimiento de la violencia en México se origina, no en la entrada de Calderón a la presidencia, sino hace cinco siglos, con la llegada de los españoles a Tenochtitlán. México fue fundado con un holocausto. La matanza de millones de indígenas durante la conquista marcó la pauta para que la identidad nacional se definiera a partir de la muerte. Y no cualquier muerte, sino una muerte ejemplar, producto de una violencia extrema que hermana los rituales de la Santa Inquisición con las ejecuciones de los Zetas, y a éstas con los asesinatos colectivos durante la Revolución. La decapitación de la mayoría de los muertos producto de la Guerra contra el Narco no es novedad. Los padres de la patria murieron decapitados.

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II. Nos gusta ver decapitados. La velocidad con la que circulan videos de ejecuciones del narcotráfico, la mayoría concentrados en el Blog del Narco, lo confirma. Pero nuestra fascinación por lo macabro no está basada, como se podría creer, en el culto prehispánico a la muerte. Lo que bien podría denominarse narcosnuff no es herencia de mitologías mayas o aztecas, ni exclusiva de los mexicanos. Casi todas las culturas del mundo, incluso la budista, poseen una iconografía igual o más gore. La repulsión y el gozo paralelo que producen estas imágenes nos aterra y, a la vez, reconforta. Entre más repulsiva la imagen, mucho mayor es la seducción. Este es el caso de los narcovideos. La “Ejecución de Manuel Méndez Leyva”, por citar un ejemplo vuelto clásico entre millones de internautas, nos sitúa al extremo opuesto del horror. A un nivel superficial aterroriza, pero en el fondo da seguridad. Mientras es decapitado, Méndez Leyva encarna aquello que no es nuestro presente inmediato. Es decir: el dolor se vuelve algo ajeno, e incluso su decapitación adquiere la condición de prédica moral (“esto les va a pasar a todos los que estén en contra de nosotros”). A partir de lo anterior, es fácil asemejar la mayoría de los narcovideos con la iconografía monstruosa del cristianismo medieval. Sin embargo, lo que los hace distintos a una ilustración feroz es que también da otro tipo de seguridad. Quizás influenciados por los videos de grupos yihadistas islámicos, como ha sugerido el crítico Naief Yehya en un ensayo titulado “Narcovideo”, grupos criminales en México comenzaron a grabar a sus cautivos. En estos registros, los ejecutores aparecen casi siempre con atuendo militar, portando armas de grueso calibre y practicando interrogatorios casi marciales. En una lectura de fondo mitifican al narco: promueven la idea de que las organizaciones criminales están controladas por sicarios organizados y todopoderosos. “Cárteles” piramidales encabezados por señores que dan y quitan vida, estoicos, en rituales de una crueldad brutal e insensible. Un narcovideo le da al capo la oportunidad de simular una constitución más dura y estable de la que verdaderamente tiene su organización. Vamos: le da una carácter casi mítico, a pesar de que los cárteles no existen como tal. El narcotráfico es mucho más escurridizo, poroso y caótico que un ejército de asesinos. La sociedad, atemorizada, le da rostro a la delincuencia, pero un rostro (encapuchado) que conviene al Estado. México ha sido secuestrado por un discurso de simulación y un Estado basado en la mentira, México a la vez son dos: uno, el propagado por los medios oficiales y el discurso presidencial, aquel que se construye en el escenario de una guerra entre una supuesta presidencia heroica y un narcotráfico más bien idealizado. El otro México es incomprensible y rizomático, imposible de ser combatido a través de una estrategia que ya cobró miles de vidas, ni mucho menos capturado en una película de horror. México es un Estado decapitado.

Más del Alfabeto (ilustrado) del narco mexicano aquí.