Identidad

‘No soy solo un par de tetas’: hablamos con la ‘vixen’ Kitten Natividad

Para la legión de entusiastas del grindhouse, Kitten Natividad es la vixen inmortal cuya preeminencia en la industria del cine erótico hizo que esta estrella nacida en México se ganara el sobrenombre de “el cuerpo”. La dos veces ganadora del certamen de Miss Universo Desnuda empezó a hacerse famosa por despojarse de su ropa, pero lo que sentó las bases de su estatus como estrella fue su paso al cine de la mano del “rey de los desnudos” Russ Meyer, que también fue su amante durante muchos años. Su reinado en el cine de culto de finales de los setenta fue tan prolífico que Roger Ebert reescribió el guión de su película Más allá del valle de las ultravixens para que Natividad interpretara tanto el papel principal como uno secundario.

El sexo catapultó a Natividad hasta las más altas cotas de la realeza del burlesque, situándola junto a actrices como Tura Satana y Haji. Llegó a protagonizar películas junto a Udo Kier y a hacer un estriptis en la despedida de soltero de Sean Penn antes de casarse con Madonna. Pero antes de su tardía llegada a la fama, que sucedió cuando tenía 30 años, Natividad era una stripper con ojos de gacela y unas inyecciones de silicona de calidad industrial que casi le costaron la vida. Aunque públicamente abrazaba el papel de mujer coqueta, en privado Natividad escapó por poco de morir a causa de un cáncer de mama y luchó contra la adicción y el abuso. En cierto modo superó la fecha de caducidad que parecían tener las sex symbols de antaño, disfrutando de la inmortalidad gracias a su amplia y explícita obra.

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“Todos mis fans me siguen adorando”, me dice mientras atravesamos una habitación de invitados decorada con abanicos, figuritas de aire nostálgico y pósteres cinematográficos de una Natividad mucho más joven. “Piensan que tengo el mismo aspecto que antes. ‘Oh, estás fantástica’, me dicen, pero mírame, si tengo cojera”.

En 2000, Natividad se dedicó al sexo telefónico para ganarse la vida mientras se recuperaba de la cirugía reconstructiva a la que debió someterse tras una mastectomía doble, pero en lugar de contestar llamadas en las que fingía orgasmos, se dedicaba a hablar con sus ávidos fans, que la llamaban para interesarse por su vida o su relación con Meyer. Ella siente una genuina y creíble afinidad hacia cualquiera que esté interesado en hablar con ella.

Sin embargo, este ha sido un año duro para Natividad. Aparte de someterse a una operación para implantarse una prótesis de rodilla que la tuvo inmóvil durante tres meses, está en trámites de vender su histórico complejo London House de Hollywood, que adquirió hace casi dos décadas y que afirma haber decorado ella misma. Esta propiedad, que se encuentra a unas pocas manzanas de los Estudios Paramount (donde Natividad grabó su no reconocido papel de mujer tetuda en Aterriza como puedas), alberga un impresionante busto de Jack London.

Me explica que ha puesto la casa en venta para poder permitirse publicar el libro en el que ha estado trabajando los últimos diez años.

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“Voy a hacer una edición elegante, pero del tipo que puede leerse con una sola mano”, explica Natividad, hojeando el epónimo manuscrito sin encuadernar. “Cuando venda mi casa obtendré 40.000 dólares y lo publicaré. Y tiene todo esto”. Señala unas fotografías en las que aparece ella con las tetas mucho más pequeñas y suspira al mostrarme unas fotos en las que, según dice, su “coño parece gordo”. Este libro que tiene en la sobremesa es una antología en imágenes de unas 300 páginas y solo ha apartado unas pocas para su biografía.

“Saldrá el año que viene y lo estoy haciendo yo sola”, afirma Natividad. “Fui a Amazon, pregunté si me lo publicarían y me dijeron, ‘Oh, sí’. Pero, ¿sabes cuánto sacaría yo? 1,95 $ cada vez que vendieran un libro. Que les jodan, conseguiré los 45 [dólares que vale]”. Aunque camina cojeando, a sus 68 años de edad Natividad conserva intacta su capacidad de reconocer cuando alguien le está intentando tomar el pelo. “¿Por qué iba a darles mi vida, querida? Se trata de mi vida”, afirma. “Me llevó toda una vida conseguir todas esas fotos desde mi juventud hasta ahora. Estoy cansada de regalarme”.

Natividad renunció a sí misma para someterse a un trío bastante tóxico de hombres, al alcohol y al sexo durante casi tres décadas. Cuando tenía 20 años —y a sugerencia de los propietarios del club donde trabajaba— se inyectó silicona en Tijuana, que resultó ser silicona de uso industrial y le provocó múltiples problemas; a los 30 se embarcó en una relación con el cineasta Meyer, un alcohólico que tenía 26 años más que ella; a los 40 era una alcohólica en toda regla, adicta a la cocaína y con un amplio currículum pornográfico; y a los 50 decidió ponerse sobria después de que le diagnosticaran cáncer de mama y de someterse a una doble mastectomía.

“Era algo a lo que no podía negarme”, afirma Natividad. “No podía decir que no a las drogas. En mi punto más bajo, cuando terminé teniendo cáncer de mama, dije, ‘Voy a limpiar mi vida’. Perdí aquello que me hacía ganar dinero, perdí mi identidad… Pero, ¿sabes qué?, me dije a mí misma, ‘No soy solo un par de tetas’, y salí adelante. Aquello no me impidió seguir siendo una diosa del sexo”.

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La sonrisa de Natividad es tan contagiosa como lo era cuando se estrenó Más allá del valle de las ultravixens y, aunque se muestra indiferente hacia su belleza, es perfectamente consciente del desgaste físico que le han infligido la edad y los abusos. “Mi nariz es un poco rara porque un tío me la partió una vez. Ya sabes, cuando te pegan así con el dorso de la mano”, dice de manera casual, imitando el golpe que alteró su rostro para el resto de su vida. Da instrucciones para que le fotografiemos su “lado bueno”, pero su belleza permanece intacta desde todos los ángulos.

Su historia es una versión erótica del viaje del héroe: optó por labrarse una carrera en el cine sexploitation, luchó contra los golpes del cáncer, el alcohol y los abusos y ganó la batalla, a sus casi setenta años. En el exterior de su hogar hay un cartel de “se vende” y la palabra “kitten” grabada dentro de un corazón al pie de sus escaleras. Mientras se prepara para embarcarse en una nueva aventura, la huella que ha dejado Kitten Natividad va a ser por siempre eterna.