Así salen de juerga los jóvenes chinos de Madrid

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Así salen de juerga los jóvenes chinos de Madrid

Salimos de fiesta por Usera, el Chinatown madrileño, y descubrimos una "subcultura oriental" que sabe cómo divertirse.

Hay una escena al inicio de Golpe en la pequeña China en la que Kurt Russell conducea través del barrio chino. En las calles, todo es trabajo y disciplina. Sin embargo, al llegar al fondo, donde nadie los ve, un grupo de chinos se lo monta a lo grande bebiendo y jugando a las cartas durante toda la noche.

Puede que la película de Carpenter no sea precisamente el referente más prudente del mundo, intencionadamente trufado de clichés y estereotipos absurdos, pero ilustra a la perfección lo que ha sido mi experiencia dentro de la comunidad china de Usera.

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Y es que, sin esperarlo, me he visto inmerso en una especie de "subcultura oriental" alucinante, que cuenta con sus propias discotecas y karaokes, organiza sus propias fiestas de y para chinos y sigue sus propios códigos y modas. Y todo, sin salir de Madrid.

En España, hay casi 200.000 censados de origen chino. La cuarta parte vive en Madrid. Emprendedores y dedicados sobre todo al sector servicios –también lo dicen los datos- se han integrado en el día a día de la ciudad. Son los dueños de las tiendas de ultramarinos, de los bazares y proveedores oficiosos de la cerveza del Lidl por la calles de Malasaña.

Casi a diario bajo a comprar al "chino" del barrio . Me atiende Lee, un padre de familia que abre los 365 días del año y que alguna vez me ha contado, sereno y con cierto orgullo, que nunca ha tenido vacaciones.

Quizá sea por eso que siempre he relacionado a la comunidad china con la cultura del esfuerzo y el sacrificio, del trabajador incansable sin demasiado tiempo para el ocio. Pero como siempre, amigos, los estereotipos son terriblemente injustos…

Hace unos días, un chico de origen chino llamó mi atención en el metro. Llevaba un chaleco con tachuelas, guantes de cuero sin dedos, más colgantes que M.A. de El Equipo A y lentillas de color rojo. Parecía recién sacado del reparto de The Warriors y por supuesto no encajaba con ninguna de mis ideas preconcebidas. Tenía un bajo en la mano y no me resistí a preguntarle: "¿Tocas el bajo?"

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Se presenta con su verdadero nombre. Tras varios intentos por pronunciarlo bien, me dice que le llame Joaquín. Me explica que casi todos los chinos tienen un plan b para inútiles fonéticos como yo.

Joaquín

Joaquín tiene 22 años y estudia un ciclo de automoción, pero en realidad, quiere ser rockero. Toca en un grupo con otros amigos, todos chinos, llamado Dark and Dawn, en el que hacen versiones de clásicos del rock pero cantados en mandarín. Se juntan siempre en un bar de Usera y me invita a ir al próximo concierto. La idea no me puede molar más.

Aunque es jueves, el pub Glavnis está a reventar. Servicio y clientes, son todos de origen chino. La mayoría bebe cócteles de colores en tarros de cristal decorados y en las mesas se juega a dados y cartas. Joaquín me saluda desde el escenario. Es un concierto largo, más de dos horas en las que todos los camareros dejan de serlo para convertirse, por turnos, en cantantes. Curioso.

Al acabar el concierto, Joaquín me presenta al guitarrista de su grupo. Se llama Jimmy, por Jimmy Page-son las ventajas de poder elegir el nombre que quieras- y salimos a dar una vuelta por Usera.

Después de comer tallarines con una salsa que sabe a cacahuete por solo dos pavos, me llevan a jugar a una sala de billares. De nuevo, todo chinos. Jóvenes, modernos, con estilismos más que cuidados y unos peinados que merecen mención aparte: mechas, flequillos, tintes y cortes raros. Este barrio tiene un don para la peluquería. Al salir, pasamos por delante de un wok de lo más cool y un puesto de bubble tea donde los adolescentes sorben bolitas con una pajita. ¿Por qué no conocía yo todo esto?

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Ha sido tan flipante que decido seguir haciendo amigos por mi cuenta. Descubro Wechat, la principal red social en China y favorita también de los chinos aquí, que aúna Whatsapp, Facebook y Tinder, y me vuelvo adicto. Es así como conozco a Henry Long.

Henry tiene 24 años, es gay y trabaja como modelo para una agencia española. Le pregunto como es ser gay en China. "Nunca he tenido ningún problema pero prefiero Madrid. El putiferio que hay en Chueca no lo había allí y me encanta".

Me invita a cenar a su casa con sus compañeras de piso prometiéndome comida casera china "de verdad". Nada más entrar, un fuerte olor a picante hace que me arda la garganta solo con respirar. "No es culpa de la comida china, es Henry, que es un cocinero horrible", me dice riendo Jing Jing, una de las compañeras de piso, mientras me ofrece un vaso de agua que resulta estar caliente. Ellos la beben así. En la mesa hay arroz –cocinando en una máquina para hacer arroz-, tofu y empanadillas chinas.

No tardan en unirse tres amigos más. Traen botellas, tabaco y un tupper con patas de gallo cocidas –sí, muslos no, las pezuñas- que chupan para matar el sabor después de cada trago de vodka.

Reparten cartas de póker. La apuesta es decidir el número de chupitos que hay que beber del tirón. El juego, me explican, es un elemento omnipresente en cualquier juerga china. Aunque aquí, lo único que puedes perder es el hígado, sorprende lo serio que se lo toman y lo escrupulosos que son con las reglas. Si pierdes, bebes, y punto.

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Discuten en mandarín pero siempre hay alguien atento que traduce para mí.Mientras, Wen, la otra compañera de piso, hace de Dj con un Mac en las rodillas poniendo canciones de pop electrónico en chino que se sabe al dedillo. Henry se lo arrebata para poner algo en español mientras rapea y parodia a los cantantes latinos. Sí, ellos también hacen chistes sobre elreggaeton y los canis.

Pierdo la mitad de las rondas pero no me preocupo demasiado porque siempre he escuchado que "a los orientales les sienta muy mal el alcohol". Y una mierda, a estos no. Excepto Jing Jing, que ha mutado a un color marrón brillante y que se ha vuelto repentinamente mucho más sociable, el resto parece bastante más sobrio que yo. Intento remediarlo tirándome un farol: "Veo los cinco tuyos y cinco más".

Por un instante, me hacen sentir como un personaje en apuros de una película de Guy Ritchie. He vuelto a perder y tengo que cumplir.

Salimos hacia una fiesta. La revista Xishang y una promotora llamada Winner-project hace eventos periódicos en Madrid para la comunidad china. Esta vez, es en la discoteca Colonial Norte de Príncipe Pío.

Por el camino, y animado por el alcohol, me vengo arriba y me atrevo a preguntar por mi estereotipo favorito… ¡el kung fu! Me explican que se lo enseñan desde niño, es asignatura obligatoria en el colegio para los varones. Yo flipo y ellos se descojonan. En realidad no tienen ni idea de kung fu ni conocen a nadie que lo practique. He quedado como un idiota y mi sueño de aprender el golpe del Dragón se va a la mierda.

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Es una fiesta temática. "Animales salvajes" dice el cartel y si vas disfrazado no pagas, por eso, algunas chicas en la cola llevan diademas con orejas de león o estampados de tigre. Excepto camareros y seguridad, todos son chinos. Preguntan: "¿Vienes con ellos?" y entro sin más.

La discoteca tiene un aforo de casi 800 personas y está hasta arriba. En las pantallas alrededor de la sala ponen videos de grupos de pop chino, pero el Dj se limita, sin más, a pinchar éxitos internacionales de electrónica. En el flyer se lee literalmente "Electro-pachanga" junto con un texto en mandarín. Tienen reservados con mesas donde, por supuesto, puedes jugar a la cartas.

En el baño hay cola. Me hablan del Kin, un tipo de ketamina que viene de China, pero yo no lo veo. Detrás, la gente se hace fotos con el concursante chino de "Un príncipe para Corina". Parece que el reality show le ha convertido en el macho alfa de la pista de baile.

Las gente baila en corros. Un speaker propone juegos desde la tarima. Aquellos que suban y se besen en público, serán recompensados con alcohol. No faltan candidatos, incluso de parejas espontáneas de chicos que se besan con asco solo para conseguir un trago de champán servido directamente en la boca. Otros, con una botella de Ballantines, apuestan sorbos en una especie de "piedra, papel o tijera" frenético pero a dos manos y al tempo de un grito extraño. No entiendo nada, pero me dejan probar igualmente. La mayoría está borracha y yo me sorprendo a mi mismo dejándome llevar por la música. ¡Me lo estoy pasando de puta madre!

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Al día siguiente tengo la garganta seca y me arden las sienes. Amanezco con una resaca de las gordas y esa extraña sensación de nostalgia repentina del que acaba de volver de un viaje.

He descubierto un lugar singular, importado de China y adaptado a la española, que nos es propio aunque no lo sepamos. Un cóctel cultural que lo convierte en un destino único no reseñado aún por ninguna de las guías de Lonely Planet . Y lo mejor de todo es que está aquí, al lado de mi barrio. Prometo volver a menudo.