En la decimocuarta Convención Anual de Dominatrix un grupo de dominatrix enfundadas en látex —tanto profesionales como vocacionales— se reunió para tomar el té como cada año en el Hotel Hilton de Los Angeles. Se trata de mujeres especializadas en derrumbar y humillar a los hombres y cada una de ellas cuenta con su propia parcela que incluye un conjunto exclusivo de normas y protocolos. Algunas están especializadas en el “mariconeo”, es decir, en obligar a sus esclavos y a sus sumisos a ponerse horteras y baratos vestidos de mujer y a pasearse frente a ellas en su mazmorra para ser objeto de risa y de burlonas palmaditas en el trasero. Otras trabajan las “sensaciones” con ayuda de látigos, fustas, paletas y varillas para la penetración uretral. Aunque los hombres pagan para lamer las botas de estas mujeres y solicitan préstamos para poder pagar sesiones de tortura que acaban lacerando su piel, algunos siguen arreglándoselas para salirse de la fila y crear el mismo tipo de frustración exasperante que puede sentir cualquiera que trabaje en el sector servicios. “En realidad son los modales —o la falta de ellos— lo que más me molesta”, afirma Queen Ivy, una dominatrix profesional que reside en Toronto y que está especializada en juegos médicos y en trabajos con agujas. “Se creen que tienen algún derecho porque pagan por mi trabajo y piensan que pueden conseguir todo lo que quieran de forma inmediata. A veces me interrumpen durante una sesión y me meten prisa para que pase a la parte que más les gusta en lugar de dejarme hacer mi trabajo”.
Miss Freudian Slit especializada en humillaciones y en cosificar a sus clientes —por ejemplo haciéndoles servir como sillas o reposapiés sobre los que ella se recuesta— afirma, “los hombres a veces piden cosas que no hemos negociado de antemano. Afirman ser esclavos, sumisos o lo más bajo del mundo, pero se niegan a dejar su ego en la puerta. Me contratan por mi experiencia y mi capacidad para controlar y retrasar el placer, pero en secreto quieren dirigir toda la escena. Se enfadan porque su fantasía no se ha cumplido al cien por cien”.
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“Yo soy muy específica con mis instrucciones”, explica Mistress Emily. “Si tengo un sumiso que dice que quiere comprarme bombones, le digo, ‘Vale, pero nada de fruta o nueces en el chocolate’. Y entonces va y me trae una caja de bombones de fruta y nueces. Mira, puedes preguntarme lo que quieras y con gusto me repetiré las veces que haga falta, pero quiero que me escuches, estoy siendo muy específica con respecto a lo que quiero”.
“Para mí todo gira en torno a la coherencia”, indica Mistress Fiona, una dominatrix de 28 años de edad que reside en Phoenix. “Si vas a ir hasta el final en determinada tarea e incluyes todo lo que necesites incluir, yo esperaré eso mismo todas las veces. Con los años he aprendido que la falta de coherencia es un signo del respeto que sienten hacia ti, es una muestra de qué sienten por ti. ¿Qué es lo que te dan todas y cada una de las veces? A mí me gusta que nadie sienta nunca nada vulgar hacia mí y, cuando sucede, se nota en seguida”.
“Me llegan mensajes a FetLife [una red social para fetichistas del BDSM] de sumisos que quieren profundizar y describirme todas sus patéticas fantasías de mierda”, se queja Lydia Faithfull, dominatrix y trabajadora sexual a tiempo completo (además de columnista para Broadly) que trabaja en un prostíbulo legal en Nevada. “Pero cuando llega el momento de pagar, se hacen los locos”. Faithfull afirma que a menudo se engatusa a las dominatrix más nuevas para que hagan trabajos gratis mediante sexting y que algunos esclavos avariciosos se aprovechan de ellas. Lo peor es cuando un sumiso la confunde con una dominatrix vocacional, se lamenta Faithful. Los que se dedican a esto de forma vocacional interpretan en el BDSM el papel de amo o esclavo por pura diversión, no por dinero. “Se piensan que a mí me pone la sumisión servil”, afirma Faithfull, “cuando en realidad me repugna”.
Otra mujer, que es dominatrix vocacional y a tiempo completo dentro de su matrimonio —la llamaremos Mistress Abby— afirma que siempre que su sumiso esposo utiliza el teléfono cuando están juntos, ella le pone freno inmediatamente. “Necesito que esté presente, centrando toda su atención en mí. Casi nunca rompe esa regla porque yo me enfado mucho con este tema. Cuando ves a otras parejas en un restaurante y uno de ellos está con el teléfono mientras el otro permanece sentado en silencio, en seguida te das cuenta de que algo no marcha bien en esa relación”.