Aquella noche yo estaba muy caliente y fui a uno de esos lugares de encuentros gay; era sábado y mi novio no me quiso acompañar, así que como vivíamos a una cuadra me fui yo sólo. Después de varias vueltas un güey me agarró, me metió a un cuartito y me pidió que me lo cogiera. Era alto, gordito y guapo, así que me puse un condón y accedí. Después me pidió mi teléfono y estuvimos platicando afuera un ratito. Él tenía prometida, estaba a punto de casarse, pero le gustaba que se la metieran. Simple y respetable.
Ahora, un año después, lo vi de nuevo. También era sábado, iba de la mano de la que supongo es su esposa, pues es la misma que en aquel tiempo salía en su foto de whatsapp. Ambos iban de blanco, rodeados de miles de personas, entre sacerdotes, monjas y seminaristas, con globos rosas y azules, pancartas y estandartes de la Virgen de Guadalupe.
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Lo saludé y me ignoró; quiero creer que su memoria a largo plazo no tiene lugar para alguien con quién cogió hace un año, aunque también puede ser que me recordara y la pena lo invadió. Movía los labios a la par de una consigna: “la familia, unida, jamás será vencida”.
Estas personas de blanco se refieren a un modelo de familia, el que ellos llaman “natural”, conformado por madre, padre e hijos (en plural, por lo que pude ver en todas las pancartas). El resto, somos anormales a sus ojos, esos ojos claros iluminados por el que sugieren es el único dios verdadero.
Cuando la manifestación —nombrada “Marcha festiva por los niños”— fue anunciada, después de que la Suprema Corte de Justicia de la Nación dijo que las parejas del mismo sexo pueden acceder al matrimonio, tenía fe de que la convocatoria que se hizo en las iglesias católicas de Guadalajara y en voz del propio Cardenal Francisco Robles Ortega violando la Ley de Asociaciones Religiosas no surgiera efecto y fueran muy pocas personas.
De seguro, me dije, esto será como aquella vez que algunos grupos se manifestaron contra la Ley de Libre Convivencia, que permite las uniones entre personas del mismo sexo en Jalisco. En esa ocasión no fueron más de 100 los locos que se juntaron para pregonar unas dosis de odio. Decidí ir con esa esperanza, pero me la mataron rápido.
Fueron casi 30 mil personas reunidas para defender el matrimonio entre una mujer y un hombre, porque Dios así lo quiso.
Las hordas de gente no cesaban: banderas que hacían referencia a las cruzadas, aquel oscuro pasaje de la historia en el catolicismo que dejó hundido a Oriente Próximo con matanzas y saqueos; insignias del Vaticano; imágenes de un número incontable de santos, vírgenes y ángeles; y pancartas hechas en serie con leyendas como “no busquemos en la ley lo que no dio la naturaleza” o “la mayoría queremos el matrimonio natural”; o algunas otras, esas no hechas en serie, que vinculaban la homosexualidad con una enfermedad psicológica.
Excusados en la libertad religiosa y de expresión salieron a las calles de Guadalajara, está ciudad que no logra quitarse su estigma de mocha y clasista, a querer exigirle al gobierno que siga restringiendo los derechos de un grupo de población no heterosexual y a vociferar contra modelos de familia como el de madre soltera, padre soltero, abuelos que se hacen cargo de sus nietos, segundos matrimonios de personas divorciadas, etcétera.
“Porque ninguna figura sustituye al de un papá y una mamá, por más amorosa que sea”, dijo una de las organizadoras, en referencia a otras formas familiares.
Son más píos, claro, los modelos de familia natural en la que al esposo le encanta tenerla adentro.
Sinceramente, por más madre que te valgan las mentes retrógradas. se siente muy feo ver a tanta gente manifestándose en contra de tu ser, diciéndote bajita la mano que eres abominable. En general yo ya he superado eso, pero no dejo de pensar en sus hijos, primos y sobrinos homosexuales, lesbianas, bisexuales, trans, que sufren y sufrirán por su dogmatismo religioso.
En mi caminata me encontré a otros tres chicos con los que cogí. Todos jóvenes, todos pisoteados por sus familias, convencidos de que que sólo hay de dos sopas: gays/héteros, infierno/cielo, y quizás con la creencia de que lo que sienten está mal. Tal vez aquel chico ama a su prometida, pero no entiende lo que es la bisexualidad, y tal vez nunca lo entenderá.
También vi a dos jóvenes que diariamente aparecen en Manhunt, esa dichosa red social en que te hablas para tener sexo casual, y en el que miles de personas se refugian bajo una homofobia de desprecio hacia aquellos “jotitos que parecen mujeres”.
Las cosas no son como antes, y me exasperan aquellos que no quieren ver lo que se ha logrado. Pero a Guadalajara aún le cuesta; no sé qué se siente no poder ir por la calle agarrado de la mano de mi novio, porque soy muy joven y muchos se partieron la madre para que no nos apedrearan, pero a varios aún les incómoda que podamos tener derechos y que el Estado no esté oficialmente ligado a la religión.
Me acerqué a una mujer de unos 60 años, con ropa y accesorios de marca carísima, llaves de un BMW en mano y sombrilla:
—¿Usted cree que el matrimonio desaparecerá?
—Dios no lo quiera.
—Pero ustedes están marchando para protegerlo, ¿de qué?
—De los ministros que quieren imponernos un nuevo modelo de matrimonio entre homosexuales.
—¿Esto haría que desapareciera el matrimonio?
—…
A la última pregunta no tuve respuesta. Se quedó con ganas de darme un golpe con la bolsa. Algo en mí lo hizo para cimbrarle la cabeza, ponerla a pensar, pero también quería entender, ¿por qué se manifiestan por algo que no está siendo amenazado? No hay ninguna propuesta de ley para impedir que los heterosexuales se casen, o penalizar la heterosexualidad.
Fui después con un joven con playera universitaria de la Autónoma de Guadalajara, a ver si él tenía más claridad de las cosas:
—¿Por qué te manifiestas?
—Porque necesitamos proteger el derecho que tienen los niños y las niñas a tener padre y madre.
—¿Quién lo está poniendo en riesgo?
—Las parejas homosexuales que quieren adoptar, porque ahora que ya se están juntando quieren tener hijos, para deformarlos.
—¿A qué te refieres con deformarlos?
—Si los niños crecen con ese estilo de vida gay se van a volver gays.
La Universidad Autónoma de Guadalajara es una de las organizaciones más conservadoras de todo el país y estuvo muy activa llamando a su comunidad universitaria a asistir a la manifestación.
En una esquina había una pareja heterosexual con su hijo, y unas pancartas que invitaban a eliminar el odio hacia los demás. Donají, la madre, sostenía una que decía “Dijo ámense los unos a los otros, no júzguense”.
Ante eso, recibieron amenazas: a ella le dijeron que se fuera con cuidado, y a su hijo le decían “pobrecito de ti”. Ella prefirió no responder ante las provocaciones de los manifestantes.
“Yo lo hago porque no quiero que mi hijo crezca en una sociedad que juzga a los demás por amar”, me dijo.
Más adelante, otros jóvenes con pancartas esperaban la marcha pidiendo cárcel para sacerdotes pederastas, al fin y al cabo era una marcha por los niños. Ellos recibieron insultos, y al grito de “maricones” les querían quitar sus pancartas.
Al siguiente día me encontré un comentario de una ex profesora de la universidad, ex diputada federal, fiel militante panista, felicitando a los jóvenes que habían participado de la marcha y diciendo que las pancartas de los grupos de la diversidad que protestaron eran ofensivas. Si a alguien le parece ofensivo que pidan cárcel para un delincuente sólo porque es sacerdote, entonces encontramos parte del problema de la semilla del odio y el dogmatismo.
Al final todo terminó, los asistentes se fueron en sus coches, dejando basura por todas partes, los organizadores —entre ellos varios militantes del Partido Encuentro Social— desmantelaron el costoso escenario y la ciudad se quedó dividida entre quienes defienden a la familia y quienes defienden a las familias. Yo hoy sólo le mando un saludo al gordito guapo, perdí tu número, pero espero que tengas muchos dildos en tu matrimonio.