Música

La belleza del remate

*Este artículo se publicó originalmente en THUMP.

Existen doce definiciones oficiales para el término “remate”. Entre todas ellas, se pueden leer las palabras “fin”, “perderse”, “acabarse” y “destruirse”, casi todas aplicables para ese momento en el que después de una fiesta, inexplicablemente seguimos con ganas de más, algo que nos ha pasado mínimo una vez en la vida. En el mejor remate que he tenido en mi vida hasta ahora, yo incluiría un par de palabras más, como “guerra de espuma”, “vestidos de baño”, “concurso de pole dance”, “sauna humano” o “porno en pantalla gigante”, pero bueno, eso ya va en gustos.

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Lo que sí es cierto es que el after party, after, remate, o como quieran decirle, es un ritual decadente, pero que tiene su ciencia. Se necesita a la gente correcta, el lugar correcto, la persona correcta que ponga la canción correcta en el momento correcto, la conversación correcta y la atmósfera correcta para que el remate termine siendo catalogado como bueno. No digo que la fiesta previa no tenga que lidiar con muchos de estos detalles, pero el remate tiene que lidiar ya con las mentes más reseteadas, los estómagos vacíos, las bocas sedientas y una cantidad de cuerpos que han perdido la resistencia después de muchas horas de baile. Es como el vertedero de la fiesta cuando a esta se le acaba el glamour: tiene que lidiar con las caras feas, la ropa con olor a chucha, el maquillaje corrido y una mano de zombies que se resisten a irse a su cama a descansar.

Casi todas las definiciones del término aquel las he presenciado, las he visto o las he vivido después de una fiesta. Incluso en una época yo misma enunciaba a modo de manifiesto que rematar era como morir dos veces, por allá a inicios de 2014, cuando era un poco más infantil, estaba más triste, mi ritmo de vida nocturna era algo vertiginoso y con un gran amigo emprendíamos todos los fines de semana una carrera aleatoria que terminaba siempre en otro lado. Rematamos en varias calles de Chapinero y Usaquén, en los andenes, en los Mc Donalds que funcionaban 24 horas, en moteles de mala muerte, en varias casas de desconocidos, en los cuartos de amigos entrañables, en antros y hasta en mi universidad una vez. Nos faltó rematar en un cajero, algo que qnos quedamos sin hacer.

Rematábamos donde fuera pero eso sí, siempre tenía que haber un after. Cómo fuera con quién fuera dónde fuera, siempre sentíamos esa necesidad de alargar las horas de la noche, como quien se lanza de un columpio y vuela hacia arriba para luego caer de panza estrepitosamente sobre el cemento. No sé si a estas alturas se trataba solo de seguirla por seguirla. ¿Por qué remata uno? Deben tener ustedes muchas razones, pero yo descubrí con el tiempo que la única razón por la que me gustaba rematar era para amanecer con mis amigos.

Porque mi modalidad de remate no es esa que se vuelve una réplica pobre de la fiesta, con ese techouse o deephouse que suena como sonsonete en la cabeza cansada. Y aunque me gusta mucho más, tampoco lo es el remate punkero en plena calle, que te llena de zozobra y adrenalina toda la madrugada y en el que tienes que caminar rápido, o mimetizarte entre los ladrillos de esta ciudad. Mi remate favorito definitivamente es el que me vuelve a conectar con el mundo real. Ese que me saca lentamente de los espejismos de la fiesta y calma el pitico en mis oídos mientras estoy rodeada de la gente que quiero, con los que hago innumerables balances de la noche y tengo conversaciones iluminadoras, al tiempo que escucho música de after (un género que he patentando con el tiempo) a un volumen decente, perfecta para recibir la mañana que poco a poco cae sobre uno. Es el aterrizaje perfecto hacia otro lunes después de un fin de semana amotinado.

En fin. Me gusta la gente que remata y sigue de largo. Me gusta porque siento que es gente con ímpetu, que tiene el alma fogosa, con el arrebato incorporado por dentro. Gente que arriesga su rutina de los días venideros por un poco de música y buen parche, verdaderos amantes de la fiesta, que en vez del arte por el arte se dedican a la farra por la farra, una posición válida por algunos para un domingo a las 5:30 de la mañana.

Y me gusta sobre todo porque hoy por hoy es gente escasa. La época de los grandes clubs y las fiestas “18 horas non stop” nos han metido en una dinámica en la que no nos vamos hasta que nos barran del piso junto con las colillas de cigarrillo y las botellas de agua pisoteadas, por allá a las ocho de la mañana casi nueve, quitándole el espacio a los remates de casa, a los remates de calle hasta que abra el Transmilenio, a esos espacios chiquitos en los que uno está de verdad con los amigos, y no solo los ve al lado de uno chupando bon bon bum y bailando durante toda la fiesta. Rematen más, conversen más, hablen de más ideas locas asi no se acuerden de ellas al otro día, emprendan proyectos aprovechando como inspiración el amanecer que se desprende arriba de ustedes, recuerden noches pasadas y ríanse, siéntanse liberados de la semana dura que acaba de pasar, porque de eso también vive la fiesta. A la final, después de todos los drops, los hi-hats y los bajos, eso es lo que queda, el recuerdo de raspar calle como un alimento vital para afrontar una nueva semana.

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Cuéntenle el mejor remate de su vida a Nathalia por acá.