Yo, Tonya, de Craig Gillespie, que se estrena hoy 23 de febrero, explica una historia real que supera la ficción. La de la controvertida patinadora Tonya Harding, primera estadounidense que consiguió un triple axel, y villana oficial de América después de que un hombre contratado por su exesposo y su guardaespaldas le propinara un golpe en la rodilla a su odiada rival, Nancy Kerrigan, durante un entrenamiento para la clasificación de los Juegos Olímpicos de Invierno de 1994.
Fue una rivalidad americana de manual que cruzó una línea impensable. Dio un triple salto para clavar las cuchillas en las páginas y programas de sucesos, invitando a los medios a que se alimentaran con voracidad del asunto hasta reducir a Harding a un gag viviente, un chiste para monologuistas. De hecho, todavía hoy muchos americanos piensan que fue Harding quien estrelló la barra de hierro contra el muslo de Kerrigan. En realidad nunca fue condenada por ese delito y el autor de la agresión fue un sicario pero, diablos, por qué destrozar una historia tan buena con menudencias. ¡Esto es América!
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Como la vida misma
La magia de los hechos reales, casi siempre mejores que la ficción, ilumina Yo, Tonya de una forma especial. Los acontecimientos son mejores que el más rocambolesco de los guiones y se trasladan a la gran pantalla en un momento en que cada vez gustan más los relatos escandalosos basados en hechos reales. El espectador, más exigente con el género, segrega más dopamina cuanto más verosímil es la recreación de los acontecimientos. Así pues, lo primero que cabe destacar de esta película es que de peliculera tiene poco: es una historia real que se siente real desde el minuto uno, incluso en sus numerosos pasajes cómicos.
Una reproducción minuciosa de los hechos, una detallada ambientación, un enorme parecido entre los personajes del film y los auténticos protagonistas de los hechos… Todo sabe a auténtico. Incluso, hay fragmentos de la película cuya narrativa es la de un falso documental, con entrevistas a los implicados y curiosos momentos en los que se dinamita la cuarta pared y se interpela al espectador. Si en la televisión reciente, el máximo exponente de la etiqueta “basada en hechos reales” ha sido la serie The People vs OJ Simpson: American Crime Story, en las salas de cine Yo, Tonya merece igual reconocimiento.
La princesa del pueblo
Siguiendo el ritmo trepidante que marca el director Craig Gillespie, y después de visitar brevemente la triste y pobre infancia de Tonya, nos sumergimos de lleno en los años 90, una década que la película consigue capturar con extraordinaria fidelidad más allá de lo estético. Los peinados, la ropa o la banda sonora son elementos a destacar, pero lo más interesante de esta regresión temporal es que muestra el voraz y salvaje circuito de retroalimentación que unía a los medios y la sociedad estadounidense de la época, siempre necesitados de un nuevo villano. Yo, Tonya es un oportunidad perfecta para conocer a la auténtica persona que había detrás del personaje distorsionado por la prensa. Una oportunidad para entenderla.
Yo, Tonya, además, se sirve con cierta habilidad del escándalo para abordar un asunto que ha marcado la vida de los estadounidenses desde tiempos inmemoriales. Rednecks contra white-collars. La América de los desheredados, la basura blanca, las armas y las refinerías contra la América próspera, sonriente, con jardín en la entrada de casa y temerosa de Dios. En este sentido, Yo, Tonya no intenta tanto redimir a la patinadora como mostrar la persistencia y crueldad con que la América de Nancy Kerrigan le ha echado y le sigue echando en cara sus orígenes a la América de Tonya Harding.
Si te identificas con los antihéroes, los desheredados y los luchadores, enseguida te enamorarás de la Harding que habita la película. Craig Gillespie busca la versión del personaje en la que no repararon los medios y lo único que extrae es pobreza y sobre todo dolor: un esposo violento, maltratador; una madre abyecta; un entorno cien por cien white trash y una chica que encuentra en en el patinaje una válvula de escape para soportar la golpizas físicas y emocionales de su entorno.
Risas congeladas
Sin embargo, Yo, Tonya no cae ni en la victimización fácil ni en el drama afectado. Se desmarca de este tipo de biopics basados en hechos reales y no retoza en exceso en el drama, sino que intenta rebajarlo a manguerazos de humor negro, blandiendo un tono bastante gamberro y dislocado. Hay ecos de Fargo en la comedia negrísima a la que recurre Gillespie para describir la chapucera tropelía contra Nancy Kerrigan.
En este juego hilarante, el exesposo y el guardaespaldas flipado de Harding, excepcionalmente interpretados por Sebastian Stan y Paul Walter Hauser, aportan una carga impagable de surrealismo redneck. La sordidez del séquito de la patinadora se ve compensada por pinceladas de humor que parecen sacadas del imaginario de los hermanos Coen, engrasan la maquinaria dramática y le confieren un atractivo adicional al largometraje.
Un largometraje zurcido a toda velocidad por un Gillespie que salta de género en género con enorme soltura: del biopic al thriller, del telefilme a la comedia, del mockumentary al drama. Avalada por una avalancha de críticas positivas (90 por ciento en Rotten Tomates, poca broma con Tonya), 3 nominaciones a los Óscar, 5 nominaciones a los Bafta y el Globo de Oro a la mejor actriz secundaria, la película encuentra un equilibro en su agitada e híbrida alquimia, y termina seduciendo. Tonya Harding desafió las convenciones del patinaje artístico y Yo, Tonya es una película que desafía las convenciones del biopic. Encaja.
Actrices de otra liga
Un biopic de estas características necesitaba un duelo de actrices cósmico que soportara el tirón gravitatorio de Harding y su peculiar madre. En este campo, la implicación de Margot Robbie —también productora del film— no puede ser más intensa; su recreación de la patinadora rebelde conmueve, convence… y huele a Oscar. Si en la carrera de un actor o actriz existen los puntos de inflexión, el de Robbie es este sin la menor duda. Y no se queda atrás Allison Jenney en el papel de La Vona, una madre excéntrica, chalada y despiadada a partes iguales, que ya se ha metido en el bolso un Globo de Oro y un BAFTA a la mejor actriz secundaria.
Los premios Oscar también han reconocido el trabajo de ambas actrices, nominadas en sus respectivas categorías y con muchas posibilidades de llevarse la estatuilla. No podemos pasar por alto tampoco la importante nominación al mejor montaje, un reconocimiento que pone en valor el trepidante pulso narrativo de la película, uno de sus mayores atractivos.
La Harding definitivamente ha vuelto. La lista de premios y de nominaciones de Yo, Tonya pone de manifiesto que nos referimos a un fenómeno cinematográfico popular al que habrá que seguir de cerca. Se trata de la típica película que servidor vería antes de los Oscar por si acaso: es muy posible que el día después de la ceremonia se hable mucho de ella.