La pura puntita: Estación Faulkner

Traemos adelantos, reseñas y entrevistas sobre los libros que te ensartarán en las mesas de novedades. 

Supongo que todos tenemos autores que idealizamos sin haber leído, mientras nos inventamos mil pretextos para posponer la lectura de su obra por un miedo extraño, quizás porque sabemos que nos cambiarán radicalmente y nos cortarán el corazón en cachitos al darnos cuenta de todas las verdades que nos muestran, y qué ciegos habíamos vivido sin leerlos. En este cajoncito se encuentran autores universalmente temidos, como Proust, Joyce y Faulkner.

Videos by VICE

Ahora publicamos un ensayo del libro de Gerardo Piña (quien ademá​s tradujo el último número de la revista VICE). Gerardo es un fan from hell del autor de El sonido y la furia y Mientras agonizo, entre otros libros que la editora de esta sección no ha leído y se saca por ojos por leer, pero que espera leer cuando se jubile -cosa que, gracias a las actuales políticas laborales del país, es muy difícil que suceda.

Este texto forma parte del libro Estación Faulkner, y fue publicado por Auieo y Conaculta. ¡Que lo disfrutes!

Mi propio Yoknapatawpha

El sonido y la furia fue el primer título que leí de William Faulkner. No me refiero al libro sino al título. Lo vi en el índice de una biblioteca mientras buscaba otra cosa. Lo primero que se me ocurrió fue traducir esas palabras: el sonido y la furia (otros prefieren «el ruido» y la furia). El sonido y la furia, a pesar de su sencillez, era un título que me parecía intraducible. En español no perdía sentido, pero sí su fuerza. (Entonces no sabía que era un verso tomado del Macbeth de Shakespeare). En ese tiempo yo trabajaba en mi tesis doctoral; hacía un trabajo de investigación sobre literatura fantástica victoriana, así que una novela de William Faulkner no sólo no venía al caso en mis lecturas, sabía que no sería una lectura fácil y que demandaría mucho esfuerzo (no sé cómo, pero uno sabe que leer una obra de Faulkner es algo difícil aunque no lo hayamos intentado). Así que continué con mi búsqueda y dejé la clasificación guardada en un papelito para las vacaciones siguientes. Perdí el papelito y pasaron cinco años antes de que leyera una sola obra de Faulkner; cada verano ocurría algo que me impedía entrar en el mundo de Yoknapatawpha. Tal vez hoy podría decir que era desidia, pero entonces yo sólo la percibía como curiosidad por leer obras de autores de moda (Paul Auster, Haruki Murakami, Kazuo Ishiguro) o por descansar de lecturas demandantes. Al volver a México encontré una edición de Mientras agonizo en inglés en una librería de viejo; ésa fue la primera novela de Faulkner que leí. No sé si es una obra emblemática de este autor, porque hay en ella varias constantes de su prosa: los recursos retóricos más propios de la poesía que de la prosa en las descripciones, las técnicas de flujo de conciencia y de monólogo interior, la polifonía, y el ambiente rural del sur de Estados Unidos como modelo de ejercicio crítico. Sin embargo, en esta novela los capítulos, diálogos y descripciones son concisos; algo nada frecuente en la prosa de Faulkner. Para mí hubo momentos de complejidad en la lectura por la técnica del monólogo interior, pero no porque la trama fuera enredada, lo cual suele ocurrir en otras novelas de este autor. En suma, al leer esta novela supe que había entrado en un mundo literario vasto, rico, muy expresivo, pero también difícil. Fue después de Mientras agonizo que leí El sonido y la furia, considerada la mejor novela de Faulkner por la mayoría de los críticos literarios. Aunque esta afirmación es debatible, la importancia de esta novela en la obra de Faulkner no lo es. Su trama, la ruptura cronológica con que se cuenta, el léxico empleado en los personajes para describirse a sí mismos y los varios momentos de poesía que contiene ponen a ésta como una de las obras literarias más importantes de la literatura en lengua inglesa del siglo veinte. No en balde le dijo Faulkner a su editor cuando le entregó el manuscrito: «Read this one, it’s a son of a bitch».

Cuando acabé de leer El sonido y la furia y Luz en agosto me sentí como si hubiera vivido apartado de una zona vital de la literatura. Tuve una suerte de epifanía, distinta a la que me han provocado las obras de otros autores. Al leer las novelas y los cuentos de Faulkner no sentí reconocerme ni reconocer tipos o actitudes como me ha ocurrido al leer a autores clásicos. No sentí que Faulkner describiera esas constantes de la humanidad (o al menos no, al terminar de leer tres o cuatro de sus novelas). Sin embargo, poco a poco comprendí que esa distancia en sensibilidad que yo encontraba entre Faulkner y Dostoievsky, por ejemplo, tenía que ver con la mayor cercanía del norteamericano con mi propia circunstancia de lector. El siglo veinte -y nunca será demasiado el repetirlo- constituye una nueva forma de experiencias históricas y geopolíticas de la humanidad. Los descubrimientos, las atrocidades y los experimentos artísticos del siglo pasado son inéditos en la Historia. De ahí que el autodescubrimiento que uno suele realizar mediante la lectura de obras cruciales implicara con Faulkner (y otros como Beckett, Joyce o Canetti) un reconocimiento previo a la nueva sensibilidad histórica a la que habíamos llegado como humanidad.

Uno lee y se reconoce mejor en un texto cuando el mundo literario que tenemos enfrente es más lejano en tiempo o geografía. Leer a Faulkner requiere de conocer y descifrar ciertos rasgos de la conducta humana que al estar tan cercanos a nosotros, no los vemos con la suficiente claridad. Es cierto que cuando los textos que leemos son muy lejanos en el tiempo requerimos de un acercamiento para comprender las cosas fundamentales de la época en cuestión si queremos entrar en contacto con los detalles de la obra. Leer la Ilíada sin tener idea del sitio de Troya ofrecerá una lectura muy personal, menos pertinente en términos históricos, pero tanto o más valiosa en lo subjetivo por los aportes personales que cada lector pone en el acto de leer. Uno se reconoce a sí mismo o a sus contemporáneos más fácilmente en algún gesto, alguna acción de un personaje de la Ilíada que en algún libro que intente describir el contexto mismo que uno habita.

Faulkner habla de la segregación, de la lucha civil norteamericana, de la pobreza en que millones de norteamericanos quedaron sumidos después de la Primera Guerra Mundial y lo hace en obras publicadas en la época misma de estos hechos. Por eso la mirada que ofrece a los varios problemas que aquejan al sur de Estados Unidos a través de su obra nunca es acabada. Puede ser cambiante y contradictoria, pero siempre reconocible, igual que cuando uno trata de contar su propia vida cada que la nostalgia nos obliga a hacer un recuento.

Desde sus inicios, la literatura ha sido inseparable del pensamiento filosófico, religioso y político. Las grandes obras de la literatura nacen y se expanden desde y hacia una colectividad. La idea del escritor como un individuo original es muy reciente. Una obra de Homero, Shakespeare o Dante, por ejemplo, no se caracteriza por su «originalidad», sino por la manera en que incorpora en su discurso todo el pensamiento de una colectividad (a veces, la de una colectividad de varios siglos de historia). Se puede objetar que estos autores son de épocas muy distintas a la nuestra. Por supuesto, nuestro tiempo es el único que se enorgullece de ignorar su tradición y cree que es posible hacer e interpretar la literatura sin conocer su historia.

Sin embargo, entre los modernistas europeos y norteamericanos hay autores que sin proponer una lectura histórica de occidente, se aventuraron por una lectura histórica de su entorno y lo reflejaron en su obra. William Faulkner es uno de los más notables; a través de sus trabajos mostró la conducta de los fundadores del sur de Estados Unidos y de algunas de sus generaciones siguientes. Y en ese recuento se dio el lujo de experimentar con la forma, el lenguaje, las múltiples perspectivas de narradores varios. El resultado es una cadena de relatos repartidos en cuentos y novelas que no sólo retratan la vida del sur norteamericano que le tocó vivir a los abuelos, padres y al propio Faulkner, también es un microcosmos capaz de contenernos potencialmente a todos los lectores.

La actitud crítica mediante la literatura no es una obligación, pero sí una costumbre que data de siglos y que caracteriza a las obras más notables de nuestra historia literaria. Es imposible leer a cabalidad, sin atender a sus implicaciones éticas, cualquier obra clásica. Tal vez aún es temprano para establecer qué autores del siglo XX serán clásicos en el XXII, pero a juzgar por la manera en que hemos registrado los cerca  de dos mil ochocientos años de literatura en occidente, la obra de Faulkner será uno de los clásicos de nuestro tiempo. Los esfuerzos de quienes disfrutaron haciendo una literatura meramente experimental en la forma o de quienes promovieron un discurso ideológico sin riqueza ni riesgos estéticos quedarán truncos para la posteridad. No sé quiénes serán leídos ni por qué motivos en siglos venideros, pero desde una perspectiva histórica, los autores a cuyas obras volverán los lectores del futuro serán los que puedan describir mejor ciertos rasgos de la conducta humana de la manera más rica en recursos. La razón es simple: la literatura que mejor equilibra la estética con la psicología y el entretenimiento es la que más fácilmente puede trascender sus registros locales y, por ende, la que tiene más posibilidades de ser apreciada en geografías y épocas distantes a la suya.

La furia y el sonido son dos conceptos que caracterizan la obra de Faulkner en  su conjunto. En su prosa hay un gran cuidado en el sonido. A diferencia de otros autores norteamericanos, Faulkner utiliza oraciones largas, llenas de subordinaciones, paréntesis y elipsis; su fraseo mantiene una tensión en las ideas. Muchas de sus imágenes tienen una fuerza de largo aliento que vemos disiparse entre los diálogos y flujos de conciencia de los personajes. Los grandes momentos de su obra suelen ser descripciones conmovedoras, frases punzantes, finales que nos obligan a cuestionar nuestra propia circunstancia de entes solitarios, al menos por un momento. Porque todo lo que logra Faulkner como mago del lenguaje lo hace basándose en el sonido de las palabras más que en su significado (de ahí que leer sus obras en inglés resulte fundamental para apreciar la fuerza de su prosa). Incluso ciertos momentos en que sus narradores o personajes dicen alguna frase contundente o una hermosa revelación, lo que más impacta es su sonoridad.

Maybe nothing ever happens once and is finished. Maybe happen is never once but like ripples may be on water after the pebble sinks, the ripples moving on, spreading, the pool attached by a narrow umbilical water-cord to the next pool which the first pool feeds, has fed, did feed, let this second pool contain a different temperature of water, a different molecularity of having seen, felt, remembered, reflect in a different tone the infinite unchanging sky, it doesn’t matter: that pebble’s watery echo whose fall it did not even see moves across its surface too at the original ripple-space, to the old ineradicable rhythm… (Absalom, Absalom!)

Si uno lee la obra de William Faulkner en traducciones, uno se perderá de su  sonido y su furia. Aquí la traducción de esta cita:

Tal vez nada sucede una vez y termina. Tal vez suceder nunca es una sola vez, sino al igual que las ondas pueden estar en el agua después de que se hunde la piedra, las ondas se mueven, se esparcen, el estanque atado por un estrecho acuático cordón umbilical al siguiente estanque, al cual el primer estanque alimenta, ha alimentado, alimentó, permite que este segundo estanque contenga una distinta temperatura en el agua, una molecularidad diferente tras haber visto, sentido, recordado, reflejado en un tono diferente el infinito cielo inmutable, no importa: ese eco acuático de la piedra cuya caída ni siquiera vio, también se mueve sobre la superficie de acuerdo con el  espacio original de la onda, según el viejo e inerradicable ritmo… (¡Absalón, Absalón!)

Y perderse de este sonido y esta furia del lenguaje de Faulkner es un precio que hay que pagar, pero que aun así vale la pena para adentrarse a la furia de su universo, porque la furia forma parte del fondo y de la forma. Faulkner es un autor que describe los rigores de la humanidad a través de situaciones muy concretas. Extrae de los pequeños momentos cotidianos una visión del ser humano enfrentándose a sí mismo. Una mujer embarazada que recorre a pie millas y millas en busca del padre del hijo que espera; un hombre que hace todo lo posible por desmentir el heroísmo de la guerra; un joven que reniega de su padre blanco y adopta a un indio Chickasaw como padre, y al bosque como su casa; un asesino que lucha contra sus prejuicios raciales, pues la suya es sangre negra y blanca; una esclava que detenta la esperanza de la humanidad durante unos segundos extraviados en una iglesia pueblerina. Los amantes, los criminales, los hijos, todos se expresan con contundencia en el mundo de Faulkner. Hay una furia que une las historias de ese mundo; es la furia que acompaña al anhelo, a la esperanza en el ser humano. Los personajes de Faulkner hacen enormes sacrificios, porque para él es en la pérdida donde está el mayor aprendizaje. Pero para sacrificarse hay que tener certezas, hay que apostar el propio destino y no avergonzarse del miedo que esto ocasiona, pues el mundo de Faulkner también está lleno de dudas. Las certezas de su mundo no se saben eternas, pero sí se saben necesarias en los momentos en que estamos confundidos, en que nos perdemos en una retórica de desazón y violencia. En el mundo de Jefferson y Yoknapatawpha no caben la vulgaridad ni la violencia gratuitas. No hay un regodeo en la banalidad, en la imposibilidad de concluir una idea por miedo a la deconstrucción y a su absurda manera de «descomponer» cualquier concepto ad nauseam. Ahí los narradores y los personajes se arriesgan a trascender con ideas propias porque conocen su finitud. En Yoknapatawpha se sabe que no hay una verdad absoluta y que el conocimiento no existe como una totalidad a la que uno pueda acceder, pero sus habitantes saben que si uno no se esfuerza en comprender su circunstancia, uno vive sin dignidad (la dignidad entendida como una toma personal de conciencia frente a lo que significa ser humano, desarrollarse como tal entre otros humanos y el resto de la naturaleza). Vivir indignamente significa rechazar las facultades que uno tiene. Significa negarse la oportunidad de trascenderse a uno mismo intentando mejorar la propia circunstancia. En Yoknapatawpha la gente no cuestiona la relatividad del marco de referencia de los términos «dignidad», «conciencia» o «circunstancia», actúa con el conocimiento histórico de dichos términos. Sus habitantes no buscan la manera de barajar el lenguaje para confundirlo y volverlo contradictorio a sus propios ojos. Podrían decirle a quien pregona que todo es relativo: «¿Lo ves? Hasta eso es relativo», pero no lo hacen. Sus preguntas son más básicas: ¿por qué esta miseria?, ¿por qué la segregación?, ¿por qué esta crueldad?

Aun para los lectores anglófonos, la obra de Faulkner es difícil. No basta con leer en inglés; hay que estar preparado para juegos de lenguaje constantes, tramas complejas, oraciones largas, grandes genealogías y, sobre todo, rupturas temporales en sus narraciones.

Pocos autores han manejado la fragmentación temporal con la maestría de William Faulkner. Muchos han escrito relatos en los que los hechos se cuentan en un desorden cronológico, pero más como una ocurrencia y no como un recurso que aporte algo a la narración. Las analepsis y prolepsis de un relato son tan comunes, tan necesarias, que difícilmente podríamos considerarlas un recurso estilístico consciente en cualquier relato (basta con poner atención en las constantes alusiones al pasado y al futuro que hacemos al contarle a un amigo lo que hicimos el día anterior para percatarnos de lo mucho que forman parte de nuestro modo de narrar). La manera en que Faulkner cambia no sólo los escenarios temporales en una narración, sino la percepción misma del tiempo entre personajes y narradores es lo que hace su prosa distintiva. Mientras que Proust se sumerge y bucea en un mar de tiempo para emerger con una idea literaria brillante, con un hallazgo de la memoria y la percepción de nuestra propia psicología cada tanto, Faulkner nos arroja al caos que es el tiempo, a un presente tripartita como el de San Agustín en el que pasado y futuro sólo son posibles como alusiones en un presente continuo. Faulkner nos detiene, nos hace avanzar y retroceder con la violencia propia de la mente cuando trata de organizar un hecho, la memoria y la percepción de alguien sobre ese hecho.

La prosa de Faulkner es difícil porque no hay manera de comprender exactamente lo que ocurre en casi ninguna de sus obras (probables excepciones sean Mosquitoes, The Unvanquished y Pylon) en una primera lectura. Absalón, Absalón Luz en agosto son dos ejemplos de la mayor complejidad que puede alcanzar el laberinto temporal de Faulkner en una novela. Sin embargo, después de dos o tres lecturas de cualquiera de ellas, el tejido se hace nítido, el caos nos revela su lógica y sin forzar una lectura lineal de los hechos, éstos se muestran claramente. Entonces uno experimenta una suerte de epifanía sólo similar al momento en que se acaba de leer À la recherche du temps perdu de Marcel Proust. No es coincidencia que esta última sea una novela muy extensa -quizás la más extensa de occidente- ya que es necesario atravesar por sus profundos pasajes psicológicos y asimilarlos verdaderamente, para apreciar la luminosidad de su final: una revelación que experimenta el narrador sobre su propia vida y la literatura. Sin adentrarnos lo suficiente en ese tiempo de Proust y en el caos temporal de la mayoría de las obras de Faulkner es muy difícil comprender las tramas de estas obras y, sobre todo, apreciar la grandeza de sus finales, la belleza de su factura. La experiencia narrativa y la experiencia temporal van juntas en las obras de Proust o Faulkner. No hay manera de resumir las historias que cuentan estos autores porque hacerlo implicaría borrar una parte esencial de la narración. En las obras de ambos, los hechos se muestran, no se enuncian.

El reto es lo que me atrae en la literatura. William Faulkner impone varios, pero lo hace sin prisas, sin la fugacidad a que estamos ya acostumbrados. Yoknapatawpha no es un lugar sino una manera de observar nuestro entorno. El mayor reto y la mayor ganancia del lector de Faulkner son el acceso a Yoknapatawpha; es como entrar en la historia de uno mismo por una ruta nueva en cada lectura.

Cierro los ojos y veo las montañas y el río del condado de Yoknapatawpha. Las constantes inundaciones, el racismo y los crímenes no han sofocado el ímpetu de sus habitantes por buscar una mejor calidad de vida. Y es que sobrevivir en Yoknapatawpha no es más ni menos difícil que en otras partes, porque no es un lugar sino un estado de conciencia. Esto que parece una ventaja (si a la tragedia virtual se le considera menos grave que a la de la realidad) es también su condena. Yoknapatawpha ocurre todo el tiempo, puesto que carece de él. Es una ciudad que ocurre cuando la leemos, recordamos o imaginamos (tres formas de visitarla) y por ello puede sucedernos en cualquier parte y a cualquier hora.

Las imágenes del reo que escapa de la cárcel sólo para encontrarse con una tremenda inundación; la polifonía de una procesión tragicómica que culminará con el entierro y nacimiento de una madre de familia; el joven que alcanza la madurez en la cacería del gran oso mítico de las montañas; la adolescente víctima de violaciones que protege a su agresor… Jefferson, Yoknapatawpha y sus alrededores se confunden en una sola narración, en una idea que no por inabarcable deja de ser una: la supervivencia como forma de vida.

Yoknapatawpha significa luchar cotidianamente, pero no sólo en contra de las injusticias, las leyes absurdas y los abusos del poder; esa es una lucha histórica, inherente al devenir de los pueblos y aquí se da por sentada: hablo de luchar cotidianamente contra el malestar en la conciencia. La lucha de los Snopes, los Compson, los McCaslin es la lucha de todos nosotros por no saber cómo lidiar con nuestras propias carencias, nuestra mezquindad y nuestra intolerancia.

Adentrarse en los territorios de Faulkner implica maravillarse por la poesía y el ingenio, por la fuerza de un estilo depurado, pero luego habrá que trascender esa luz y  tomar conciencia de lo que uno hace en la vida cotidiana. Negaremos, primero, que los habitantes de ese mundo literario tengan algo que ver con nosotros. Repetiremos la obviedad: Jefferson y Yoknapatawpha reflejan la vida del sur de Estados Unidos, la vida en el Misisipi. De acuerdo, pero para qué reflejarla. ¿El racismo, el incesto, la crueldad y los abusos son sólo virtuales?, ¿ocurren sólo en el sur de Estados Unidos? Los senderos y bifurcaciones de Yoknapatawpha se graban en la memoria del lector y surgen tiempo después de haber asimilado estas lecturas. Por ejemplo, la claridad de Benjy Compson vuelve a uno en forma de un camino familiar; un camino que al principio no lo parece, que se asemeja a un sinsentido, a una burla o una pretensión. Pero después apreciamos los detalles de ese camino y vemos cómo el caos de esa voz es sólo aparente. A diferencia de otros personajes, Benjy sabe muy bien lo que quiere y a quien quiere, lo que necesita, lo que le duele. Finalmente olvidaremos nombres, apellidos, detalles, pero no las sensaciones que evocan en nosotros las historias de estos personajes. Cada vez que visitemos Yoknapatawpha visitaremos a nuestros familiares y vecinos, y echaremos un ojo a las acciones propias, pero también tendremos una oportunidad de trascender la mera supervivencia de la manera más simple y contundente: actuando en nuestro entorno inmediato.

Uno no habla como escribe aunque escriba como hable. El caso de William  Faulkner a este respecto es tal vez extremo. Un escritor tímido y lacónico, de respuestas simples frente a estudiantes universitarios o periodistas, era al mismo tiempo el dueño de una prosa similar al cauce de un río a punto de desbordarse. Los narradores, los monólogos y flujos de conciencia, los diálogos de las obras de Faulkner llevan marcas de distintos estratos sociales. Aquí un ejemplo tomado de Mientras agonizo, una novela en que los personajes son una familia rural y pobre:

-Deja ese caballo aquí -dice pa. Pero Jewel no se detiene-. Deja ese caballo aquí -dice pa. Jewel se detiene y lo mira . Los ojos de Jewel parecen canicas. -Me dejas ese caballo aquí -dice pa-. Todos iremos en la carreta con ma, como ella quería.
​ Pero mi madre es un pez. Vernon lo ha visto. Él estaba ahí.
​ -La mamá de Jewel es un caballo -dijo Darl.
​ -Entonces la mía puede ser un pez, ¿verdad Darl? -dije.
​ Jewel es mi hermano.
​ -Entonces la mía también tendrá que ser un caballo -dije.
​ -¿Por qué? -dijo Darl-. Si pa es tu pa, ¿por qué tu mamá tiene que ser un caballo, sólo porque la mamá de Jewel lo es? -¿Por qué tiene que serlo? -dije-. ¿Por qué tiene que serlo, Darl? Darl es mi hermano. -Entonces, ¿qué es tu ma, Darl? -dije. -No traigo una aquí -dijo Darl-. Porque si trajera una, entonces es fue.
​ Y si es fue, no puede ser es, ¿verdad? -No -dije. Yo soy. Darl es mi hermano. -Pero tú eres, Darl -dije. -Lo sé -dijo Darl-. Por eso es que no soy es. Eres son muchos para ser paridos por una sola mujer (Mientras agonizo).

A diferencia de autores que han usado técnicas narrativas similares (e.g., Virginia Woolf o James Joyce) Faulkner buscó retratar un microcosmos de la sociedad en su conjunto y no sólo de su clase. Tampoco pretendió comprender los problemas, las circunstancias históricas y las sutilezas del lenguaje de todos los grupos que conformaban el contexto del Misisipi que él vivió; eso habría provocado descripciones condescendientes o falsas. Faulkner fue un hombre que poco a poco se dio cuenta de ser racista, de que su familia y el resto de la población blanca de su entorno lo eran y lidió con ello en lo personal al mismo tiempo que lo hizo en su obra.

En novelas como Desciende Moisés e Intruso en el polvo vemos el esfuerzo más logrado de Faulkner por mostrar su perspectiva ante el fenómeno del racismo. Leemos circunstancias en las que no hay duda de la injusticia social que la esclavitud y la segregación representan, pero vemos algo igual de importante: el modo en que la sociedad sobrelleva estos fenómenos más allá de la mera denuncia. Faulkner no pretendió (y no podía) tener de un día para otro una visión absolutamente distinta a la recibida por su educación. De ahí que algunos de sus primeros relatos y novelas ni siquiera contemplen personajes negros o indígenas. Faulkner tuvo un sentido crítico de su propia familia, de su propia persona y de su tiempo, y la suma de ese proceso está en su obra. El valor que obtiene Dilsey, la sirvienta negra de El sonido y la furia, como redentora no sólo de las injusticias de los Compson sino de la humanidad en su conjunto en la epifanía que experimenta durante el sermón del último capítulo, es un testimonio de la visión que tenía Faulkner sobre estos conflictos raciales. No pretende ser un negro o un indígena para retratar a miembros de estos grupos étnicos en sus relatos, lo que hace es condenar las injusticias de que son víctimas y darles en la ficción el lugar que él considera que debería corresponderles en el mundo al que él pertenece.

Con Faulkner, los pobres están representados por primera vez en el modernismo. El ejemplo más rico en expresión sobre este punto es Mientras agonizo. Dentro de los personajes de esta obra destaca Darl, el narrador que utiliza las frases e ideas poéticas más bellas de la novela. Con esta obra, Faulkner (de)mostró que su estilo podía ser tan conciso y eficiente como el de cualquier otro narrador sin perder la fuerza ni el encanto de su mundo literario. Faulkner descansa una cosmovisión afilada, crítica y honesta en el lenguaje que utiliza en sus historias; sabe cómo adaptar su gusto y voluntad expresivas mediante distintos registros narrativos: novelas, guiones de cine, poemas y cuentos en los que los narradores y personajes son sumamente variados y siempre verosímiles. 

Todas las traducciones de las citas son de Gerardo Piña.