Lo que aprendí como periodista freelance en Irak

El autor (izquierda) con un coronel Peshmerda, Masa y Soran. Todas las imágenes por el autor.

El 6 de marzo de 2016 hice una visita fugaz a Erbil, la capital de la Región Autónoma Kurda de Irak. Planeaba pasar una semana con un fotoperiodista japonés llamado Masao, quien ha hecho reportajes freelance sobre conflictos por más de 40 años. Yo trabajo como periodista freelance en Australia, que obviamente es un país más seguro e infinitamente más cómodo comparado con el trabajo de Masao en Irak. Ya había hecho una visita corta años atrás, pero esta vez regresé con Masao como el mentor que me enseñaría cómo trabajar en una zona de guerra.

Esperaba que las cosas no estuvieran “tan jodidas” como las encontré, pero el norte de Irak sigue siendo una zona muy conflictiva. Desde 2014, el Gobierno Regional de Kurdistán ha luchado contra ISIS; y no sólo ha frenado su avance en el norte de Irak, sino que también ha pasado a la ofensiva para recuperar el terreno perdido.

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Un buen fixer es la diferencia entre la vida o la muerte

Al trabajar en un país extranjero, el fixer (intermediario) es el recurso más importante para un periodista. Estos personajes no sólo conocen el área y el idioma, sino que también pueden organizar reuniones, conseguirte hospedaje y transporte, y —como su nombre en inglés lo sugiere— arreglar las cosas cuando terminas en situaciones jodidas.

El fixer de Masao era un kurdoiraquí llamado Soran, que parecía una mezcla entre Lenin y Hagrid. Le encantaba discutir con los oficiales por horas para abogar a nuestro favor y asegurar que pudiéramos ir y hacer lo que quisiéramos. Incluso me buscó un intérprete cuando quise pasar unos días solo en Sinyar.

Soran (derecha) en la oficina del campo de refugiados de Domiz en Duhok.

Barjis (izquierda) y un soldado Yazidi hablan frente a un tanque destruido del estado islámico en Sinyar.

Conocí a Barjis en Sinyar. Él me mostró lo que era un mal fixer. Exageraba sobre sus habilidades lingüísticas, parafraseaba constantemente las respuestas que le daban en las entrevistas y tenía un temperamento del demonio, se ponía furioso con cualquier instrucción. Pero cobraba 100 dólares al día y era muy barato. También era el único tipo disponible y sin él hubiera estado completamente perdido. Además, era Yazidi y eso significaba —según lo que me dijeron Masao y Soran— que no nos vendería al Estado Islámico a la primera oportunidad.

Un soldado Peshmerga.

Es necesaria una credencial de prensa falsa

En el mundo hay muy pocos trabajos que inspiran tan poca confianza como el de periodista freelance. No sólo llegas cargando el peso de los estereotipos como invadir la privacidad, distorsionar palabras, comer del dolor ajeno, sino que además cualquiera te puede sacar a patadas. Masao y Soran lo tenían claro. Soran llevaba algunas credenciales de prensa que ya no eran válidas y otras que había hecho él. En Erbil, me fabricaron una falsa. Funcionó de maravilla: me abrieron las puertas, me dieron permisos y pasé los puntos de control sin problema.

Me dejaron solo en el punto de control de Sinyar, donde me interrogó un oficial peshmerga sobre cómo había entrado al área sin un permiso oficial. Hubiera podido decirle que era un reportero freelance y mostrarle mi pasaporte, pero había una alta probabilidad de que no me creyera y de que hubiera terminado compartiendo una celda con Mohamen Jamal Khweis. Todo fue cuestión de que le mostrara mi falsa credencial de prensa para que me dejara tranquilo.

Un soldado Peshmerga en el frente.

Hay que llevar los cigarrillos correctos

“Muchos soldados fuman”, me dijo Masao una vez. Y era cierto, cada vez que nos sentábamos con alguien por más de dos minutos, los soldados se ponían a fumar. Barjis nos explicó que ellos piensan que la gente que no fuma no es de fiar. Aunque Masao había dejado el vicio, a veces encendía un cigarro que le daba algún oficial durante una entrevista para amenizar las entrevistas.

En 2013 viajé a Siria y conseguí dos cajetillas de Marlboro rojos que me dieron algo de buena suerte, así que en esta ocasión decidí comprar un cartón en el duty free. Pero la verdad es que nadie quiso esas varas de basura estadounidenses. Todos fumaban Arden Lights, una marca que sólo había visto en Irak. Cada vez que ofrecía un Marlboro me hacían muecas, negaban con la mano y me ofrecían uno de sus Arden. Las pocas veces que insistí, tomaron uno de los míos y me dirigieron una mirada que traduje como: “No me hagas arrepentirme de ser amable contigo, australiano”.

Un hombre y un niño yazidis en un templo. Los yazidis han estado en la mira del estado islámico desde 2014.

Hay que acostumbrarse a la actitud apática frente a la muerte

Es lógico que estar en guerra por casi 15 años afecta la relación que un país tiene con la muerte. Aún así, no estaba preparado para lo mucho que me afectaría la actitud tan casual que todos asumían respecto a las pérdidas humanas.

En la base de la fuerzas especiales Peshmerga en Sinyar, un voluntario estadounidense llamado David me mostró gustoso sus fotos de soldados muertos del Estado Islámico “apilados como leña”. Creo que no me mostré muy impresionado porque David se ofreció inmediatamente a llevarnos a Masao, Soran y a mí a ver una fosa común fuera de la ciudad.

Una fosa común de Yazidis asesinados por el Estado Islámico.

David, el voluntario estadounidense peshmerga apunta un agujero de bala en la cadera.

Había tres montículos de lodo cubiertos de pasto, maleza, ropa, casquillos de balas y huesos. Tres o cuatro mil personas fueron enterradas ahí. “Aquí podemos ver un agujero de bala en el cráneo”, decía David como si fuera un guía turístico. “Esta cadera fue perforada por una bala, esta es la trenza de una niña. Este hueso de cadera probablemente le perteneció a un niño de tres o cuatro años”. Mientras el peshmerga buscaba entre los cuerpos y sus pertenencias, nosotros tres tomamos fotos. Sé que debí haberme mostrado más consternado, pero fue como si alguien me mostrara la huerta de su casa.

Hay que tomar las fotos antes de hacer preguntas

Nunca tuve problemas en tomar fotos de personas hasta que visité el campo de refugiados en Duhok. Al instante, me di cuenta de que la gente estaba tratando de evitar mi cámara y empecé a sentirme raro. ¿Quién era yo para ponerles mi cámara en la cara y pedirles que le contaran a la gente de mi país lo jodidas que eran sus vidas? Soran notó mi ofuscación, y como el documentalista experimentado que era, me ofreció algunas palabras: “A veces es mejor empezar a grabar y después pedir permiso. Si empiezas a grabar es más probable que la gente hable”.

Un refugiada y su nieta en el campo de refugiados en Duhok.

Algunos días después, los tres fuimos a un templo Yazidi y comenzamos a grabar mientras la gente rezaba para que el Estado Islámico liberara a sus mujeres. Todavía me sentía incómodo documentando su dolor más íntimo, pero seguí el ejemplo de Masao y fui como una mosca en la pared, y así ya no me sentí como el entrometido de antes.

Durante todo el tiempo que pasamos juntos, Masao no dejó de decir que no tenía nada útil que enseñarme, pero aprendí muchísimo esa semana. Muchas cosas que no cabrían en un artículo de esta longitud, pero esto es lo esencial para hacer un reportaje y no morir. Ser un freelancer en un campo de guerra es un trabajo sucio, caro y a veces peligroso. Y de todos modos nadie da un carajo por lo que hiciste o viste allá. Pero pasé una semana entera sin pensar “¿Por qué carajos me convertí en periodista freelance?” En el norte de Irak encontré una fuente inagotable de la pasión que me llevó por este camino. No puedo esperar para hacerlo otra vez.