Cómo Gabriel García Márquez me cambió la vida

“[Aureliano] lo interrumpió para preguntarle: ‘¿Qué se siente?’ José Arcadio le dio una respuesta inmediata:
—Es como un temblor de tierra”.

Esta frase que escribió García Márquez en Cien años de soledad cambió el rumbo de mi vida. Y no lo digo en un sentido metafórico, ni mucho menos, sino que gracias o por culpa del seísmo que provocaron esas palabras estoy escribiendo aquí diariamente.

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Andaba en primero de carrera y agarré el ingenuo libro con tapa dura de una edición del 79 de la librería de mi madre en lo que terminaría convirtiéndose en una obsesión casi enfermiza. Cuando devoré página tras página, sentí el impulso de escribir a todas horas. Libretas, apuntes, papeles, post-it, en el trabajo, la universidad, en el metro, mientras cagaba; y cuando no lo hacía no prestaba atención a la realidad que me envolvía: estaba totalmente alienado —bueno, más de lo que venía siendo normal—, y solo pensaba en la fachada blanca de la casa de Macondo, en las aventuras del coronel Aureliano Buendía, a saber dónde estaría Remedios la bella o qué haría yo con el kit de alquimia que Melquíades regaló a José Arcadio padre.

“— Perdóneme — dijo—. Me he equivocado de puerta.
— Ojalá — dijo ella—, pero la muerte no se equivoca” — Doce cuentos peregrinos

A su vez, sentía un nudo en el esófago que quería salir a golpe de léxico y si no lo intentaba porque estaba en el trabajo o haciendo algo que me lo impedía, me angustiaba pensando que perdía otra oportunidad para fracasar escribiendo. Era una sensación increíblemente estimulante, casi adictiva, que me enriquecía creativamente para crear historias, nuevas realidades, MI PARTICULAR MUNDO DONDE YO ERA DIOS, VAGABUNDO, PROTAGONISTA Y FIGURANTE, pero a su vez era tremendamente frustrante porque era consciente que seguía siendo patético.

Sí que a veces salían composiciones de las que me sentía orgulloso, pero la distancia entre un maestro que comencé a conocer entre páginas y yo era pasmosa. De hecho, aunque más sosegado, a día de hoy voy escribiendo historias fantásticas cuando me invade algún que otro estrépito de lucidez, pero desde que la estela de Macondo se fue apagando después de acabar el libro, mi impuso revolucionario de fantasía se ha ido apaciguando por el impulso revolucionario de contar realidades.

“Su corazón de ceniza apelmazada, que habría resistido sin quebrantos a los golpes más certeros de la realidad cotidiana, se desmoronó a los primeros embates de la nostalgia” — Cien años de soledad

Después de Cien años de soledad vino El amor en los tiempos del cólera, y luego le siguieron otros tantos, como El Coronel no tiene quien le escriba —que me leí a desgana en el instituto— , Crónica de una muerte anunciada o Memorias de mis putas tristes, donde un ilustre periodista anciano decide darse un homenaje yendo a un burdel en busca de una virgen por su 90 cumpleaños, que a la postre, sería el amor febril que esperó durante toda su vida.

Tampoco quiero olvidar sus libros de relatos, como Doce cuentos peregrinos donde podrás leer las peripecias de María dos Prazeres preparándose para recibir a la muerte mientras enseña a su perro el camino de su futuro nicho en el cementerio de Montjuic para que la visite una vez muerta o como Nena Daconte —sí, el nombre de la cantante viene de ahí— se desangra misteriosamente a partir de un pinchazo con la espina de una rosa en la mano.

“Apenas si alcanzó a sentir el cuerpo sin edad de una mujer desnuda en las tinieblas, empapada en un sudor caliente y con la respiración desaforada, que lo empujó boca arriba en la litera, le abrió la hebilla del cinturón, le soltó los botones y se descuartizó a sí misma acaballada encima de él, y lo despojó sin gloria de la virginidad. Ambos cayeron agonizando en el vacío de un abismo sin fondo oloroso a marisma de camarones. Ella yació después un instante sobre él, resollando sin aire, y dejó de existir en la oscuridad” — El amor en los tiempos del cólera

Seguramente es el autor que más he leído por una búsqueda incesante de la sensación del primer detonante, y me ha abierto la puerta a los demás autores de realismo mágico que tan poco tenía que ver, a priori, con los cómics o la ciencia ficción que protagonizaban mi tiempo de lectura.

Hoy Google ha recordado que el Nobel de literatura en 1982, Gabriel García Márquez, cumpliría 91 años y no se me ocurría ningún homenaje mejor que la carta abierta de un chaval que sucumbió ante la nostalgia de lugares que nunca visitó, descubrió la fantasía dentro de la realidad, conoció el amor perdido y el encontrado, olió las flores silvestres del otro lado del Atlántico o pudo conocer las lúgubres calles de París o Barcelona mejor que cuando él mismo las pisó. Menudo viaje. Mirándolo con un poco de perspectiva, solo espero que la tierra bajo mis pies siga temblando. Gracias por tanto, “Gabo”.