Harold Bloom


Harold Bloom es el más eminente crítico literario del mundo y, como tal, quizá el último exponente de una estirpe que agoniza. Apasionadamente y sin dobleces, Bloom suscribe el principio fundamental del crítico, que es el de coger un libro y juzgarlo por sus propios méritos interpretándolo como un ítem autosuficiente, válido en sí mismo. El valor estético de la prosa, la maestría en las metáforas y la fuerza y convicción al expresar el argumento: estas son la clase de cosas a las que un crítico como Bloom presta atención.

Gran parte de la crítica contemporánea juzga una novela observándola a través de una larga serie de incongruentes, irrelevantes lentes de aumento sociológicas: teoría de los géneros, feminismo, análisis marxista… Toda esa basura postmoderna. Esos críticos pertenecientes a lo que Bloom ha dado en bautizar—de forma memorable—como la Escuela del Resentimiento, han ganado tanto poder que han terminado por condicionar, podríamos decir que infectar, a aquellos escritores cuya carrera comenzó al mismo tiempo que su Resentimiento. Por tanto, lo que ahora vemos es una Crítica que está cambiando la literatura y por desgracia no a mejor. Esta tendencia, se lamenta Bloom, contribuye en cierta medida a la idiotización del mundo entero. Lamentable, sí. Y puede que irreversible.

Centrémonos en Bloom, la vieja voz que grita su descontento en el erial, quien, además de ser el autor de uno de los más importantes y prácticos volúmenes sobre Shakespeare (
Shakespeare, La Invención de lo Humano), y haber acuñado el término “la ansiedad de la influencia”—una extremadamente útil teoría de la evolución literaria—en el libro del mismo título, se enfrentó en 1994 al canon académico en su conjunto—hoy en día la Escuela del Resentimiento con otro nombre—en su impresionante ensayo El Canon Occidental. Fue en ese libro donde por primera vez Bloom, de forma exhaustiva además, jugó su papel para preservar lo que para el ser humano es importante, incluso esencial, en todas las grandes obras que se han producido desde la Biblia y el Gilgamesh en adelante hasta… Bueno, hasta la actualidad, básicamente. Profesores y críticos del mundo, sabed que sólo conseguiréis mi ejemplar del libro arrancándomelo de mis manos frías y yertas.

Vice habló recientemente con Bloom vía telefónica. Él estaba en su despacho en Yale, donde da clases dos veces a la semana; clases a las que a nosotros nos gustaría asistir pero no podemos porque somos demasiado mayores.

Vice: Confiaba en hablar en primer lugar de El Canon Occidental.

Harold Bloom:
¿Te refieres a la categoría o a lo que escribí sobre ella?

Me refería a su libro.

Bien, pero, ¿podemos llegar a un acuerdo? Olvidémonos de aquella maldita lista.

¿El apéndice al final del libro en el que hace inventario de obras canónicas?

Esa lista no fue idea mía. Se le ocurrió al editor, a la editorial y a mis agentes. Yo estaba en contra y al final claudiqué. Odiaba la idea e hice la lista sin pensármela mucho. Dejé fuera un montón de cosas que deberían estar y probablemente incluí un par que ahora me gustaría eliminar. Logré dejarla fuera en las traducciones al italiano y al sueco, pero está presente en todas las demás, 15 o 18. Me fastidia sólo pensar en ella. En todo el mundo, incluyendo este país, la gente reseñó y atacó la lista sin siquiera leer el libro. Así que hagamos un trato, querido. No hablemos de ella.

Trato hecho.

Ojalá no hubiese tenido nada que ver con ella. La hice literalmente sin pensar, ya que tengo bastante buena memoria, una tarde, en apenas tres horas.

Parece la clase de cosa que una editorial pide para hacer un libro más fácil de digerir al lector ocasional.

Para mí no existe. Sigamos adelante.

Yo empecé mis estudios universitarios en 1994, el mismo año en que se publicó el libro.

1994. Hace mucho de eso. Catorce años. Ahora tengo 78 y dejo atrás un año terrible. Casi me muero, pero ahora estoy bien y de regreso a la enseñanza.

¿Qué le pasó?

Una larga serie de percances y enfermedades. Lo más grave, lo que casi me mata y me dejó incapacitado durante seis meses, fue una caída en la que me rompí la espalda. Pero olvidémoslo ahora, ya pasó.

Volviendo a su libro, y pensando en la posibilidad de poder consultarlo cuando empecé a cursar mis estudios…

¿Dónde los cursaste?

Bueno, eso es parte del problema. Estudié Humanidades en un pequeño centro en el que no había grados ni cursos de especialización. Mejor no mencionaré su nombre. Bueno, ¿por qué no? Se llama Hampshire.

Ah, sí, lo conozco bien. Se suponía que era un colegio de élite. Recuerdo que una vez me invitaron a ir para dar una charla y yo escurrí el bulto. Me dió la impresión de que no iba a funcionar.

No lo habría hecho. Yo debería haber leído su libro en vez de ir a clase allí. Estaría ahora mejor preparado de lo que estoy. En lo referente a la Escuela del Resentimiento, ¿cree usted que las cosas han mejorado o empeorado desde que apareció su libro?

Obviamente han empeorado muchísimo. Sólo hay que fijarse en cómo ha bajado el nivel intelectual y declinado el interés en la literatura seria tanto a nivel doméstico como internacional. Los estándares, inevitablemente, son ahora más bajos que nunca.

Pese a todo usted sigue al pie del cañón, dando clases a estudiantes.

Pero aunque ejerza en Yale le he dado la espalda al mundo académico. No formo parte de ningún departamento. Me convertí en un departamento de una sola persona cuando dejé el de Lengua Inglesa allá hacia… Dios mío, 1976. Cuánto tiempo hace, 32 años. Empecé a escribir libros dirigidos a un público general bastante pronto. Desde finales de los años 80, y son veinte años ya, escribo con la cabeza puesta en un lector no especializado. Y me ha ido bien, porque ahora mis obras cuentan con un colectivo lector enorme, principalmente en un número increíble de traducciones para varios países. Siempre hay, pues, un remanente de lectores ahí fuera, como he podido descubrir. Por lo demás, cada país, el nuestro incluído, sufre un proceso claro de embrutecimiento.

Se da en todos los ámbitos de la cultura, pero es más evidente en el de los libros.

Esto tiene que ver, no completamente pero sí en parte, con el cambio tecnológico. Con el hecho de que los chicos no crezcan leyendo en profundidad, ni yendo a museos y contemplando obras pictóricas ni escuchando verdadera música, y en este apartado incluyo el auténtico jazz. La gente está atrapada en la era de lo que podríamos llamar “la triple pantalla”. En un orden ascendente del daño que hacen, estarían la pantalla de cine, la pantalla de televisión y, la gran malvada de la función, la pantalla del ordenador.

Es una lástima, porque Internet podría haber sido una especie de indestructible Biblioteca de Alejandría, sólo que con porno.

Lo que te decía del remanente que queda. Tú formas parte de él. Llevo años diciendo que si tienes el empuje de ser lector habitual, entonces Internet es una gran herramienta. Una fuente de conocimientos ilimitada. Pero si no tienes estádares y no sabes cómo leer, entonces Internet es un desastre porque no es otra cosa que un océano de texto grande y gris en el que terminas por ahogarte.

Yo me matriculé con la intención de estudiar poesía, pero no pude encontrar ni una clase que no fuera del tipo, “Poetas Transexuales Chicanos de la Segunda Mitad de 1982”. No es que tenga nada en contra de los poetas chicanos transexuales de 1982, estoy seguro de que su arte es muy elevado, pero yo quería aprender algo más. En realidad, empezar desde el principio e ir avanzando hasta llegar a los transexuales chicanos del 82 o a lo que fuese. Buscaba un contexto histórico, y en la facultad no lo encontré.

Oh, será mejor que no entremos en esto. Estoy harto de que me acusen de racista o de sexista. Ya he aguantado bastante.

¿Pero de dónde viene este miedo a leer las obras de los que algunos críticos llaman con sorna “los hombres blancos muertos”?

Bueno, yo creo que nos encaminamos a una crisis a la altura de las del Pánico de 1837 o la Gran Depresión de 1929. Vamos a padecer el Pánico de 2008, o el de 2009. Es consecuencia—una de muchas consecuencias, incluyendo la muerte de inocentes por doquier—, del enorme retroceso de la contracultura, un repliegue que ha ayudado a alumbrar a George W. Bush y Sarah Palin. Ambos son medio analfabetos, como mucho. Ambos exudan autoconfianza. Y ambos afirman tener una relación directa con Dios.

Con suerte a Palin la veremos ahora desaparecer, o quizá se dedique a presentar un programa de cotilleos o algo así.

Es una persona muy, muy peligrosa.

Estoy de acuerdo. Todo esto venía a cuento de que una persona lo tiene muy difícil si quiere profundizar en la literatura por su cuenta, fuera del mundo académico.

Sin un verdadero maestro, sin un mentor, cualquiera lo tiene difícil para empezar.


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