Este artículo fue publicado originalmente en thump, nuestra plataforma de cultura y música electrónica.
Vivo en una constante contradicción: mi amor por la música y por el baile se enfrenta al miedo que me generan las multitudes y la ansiedad de no conocer a nadie en una fiesta. Todos los fines de semana en mi cabeza se gesta esta pelea. Sin embargo, me lanzo al ruedo. Hay algo en la pista que tiene en mí un efecto terapéutico, pero a la vez estresante. Es una angustia hasta bonita el estar rodeada de personas que no me conocen o gente que tal vez nunca volveré a ver en la vida, pero con quienes estoy compartiendo ese momento. Aquí estamos todos, respirando el mismo aire, viendo las mismas cosas, escuchando al mismo DJ… ¿A quién le importa lo que yo esté haciendo?
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Y con esto en mente, me dejo llevar. Si una canción me toca el alma quiero apropiármela completica, que sea mía, no compartirla con nadie. Cierro los ojos y a veces pareciera que me muevo sola, mi cuerpo va de un lado al otro y mis brazos se elevan. Mando la cabeza para atrás, como si escuchar la canción no fuera suficiente, como si quisiera respirarla. Entro en trance, me transporto, a veces al pasado, a veces al futuro. Pienso sobre mi día, analizo mi semana, hasta tomo decisiones mientras me dejo envolver por la melodía.
Es que bailar limpia el alma. La danza es la manera de glorificar y reivindicar el valor del cuerpo, es una expresión física honesta, fiel a quien la realiza. ¿Quieres conocer a una persona? Obsérvala mientras baila como si nadie la estuviera mirando. Y es que cuando la conexión con la música es lo que motiva mis movimientos, aligera mis pasos y los vuelve naturales, es cuando siento que estoy escuchándome verdaderamente, entendiéndome. Es en ese momento que realmente soy.
Y es bonito. Es lindo y aprecio bastante ese momento en el que mi ansiedad y pánico social desaparecen para ser reemplazados con una libertad absoluta. Es un momento de release en el que mi mente se desconecta y se va a volar por ahí. Bailar me devuelve lo que la ansiedad me quita: la tranquilidad, el ahora. Si hiperventilo no es por un ataque de pánico sino por un exceso de actividad física; si lloro no es de impotencia, es porque la música tocó mis fibras.
Así que cuando alguien quiere bailar conmigo, sonrojada por la idea de tener que dar toda esta explicación, tímidamente les digo que no. Yo sé, en Colombia estamos acostumbrados a que el baile sea un acto social, de pareja, hasta de grupos. Pero amigos, desapeguémonos, a veces es bueno hacerlo solo. Es una noción simple, de libertad. Cuando no tienes que coordinar tus movimientos con los de otra persona la noche se vuelve más fácil. Cuando son tus sentidos los únicos encargados de guiarte, es más pura la experiencia.
Si ves a alguien bailando solo, si ves que está “in the zone” y desentendido del mundo que lo rodea, déjalo. ¡Déjennos bailar solos! Que mientras bailamos estamos sanando, estamos creando, estamos inmersos en un ritual personal y fundamental para el individuo. Una especie de masturbación tántrica porque bailando solos podemos llegar al clímax. Déjame bailar sola. Si me ves sonriente y con los ojos cerrados, ya sea en una esquina o en la mitad de la pista, así parezca perdida o esté rodeada de mis amigos, déjame. Baila a mi lado pero no bailes conmigo. Déjate llevar y también baila solo.
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Vanessa ama seducirse a sí misma con su baile. Síguela en Twitter.