Lo último que recuerdo fue haber salido de una fiesta en Atlanta, una de esas con barra libre en la que te haces uno con el acohol. No tengo ni idea de cómo terminé en el hospital con el cuello roto, las espalda jodida, la cadera fracturada y algunas costillas rotas. Sólo sabía que cuatro horas antes había estado bailando como James Brown y cantando Super Freak, de Rick James, como todo un campeón en un karaoke. Lo siguiente que recuerdo, es estar en una silla de ruedas rodeado de doctores que me dicen que conserve la calma y que no me mueva porque me rompí el cuello y podría quedar paralizado. Carajo. Empecé a mover los dedos del pie como loco, y fue un gran alivio cuando sentí que todavía se movían.
Alguien me dijo que me caí desde un balcón en un segundo piso. Milagrosamente, mi cabeza no tocó el asfalto, cosa que puede convertir en un creyente hasta al güey más escéptico. Lo cagado fue que a la mañana siguiente, después de la caída, me llegó un paquete de mi madre, era un rosario con una cruz de madera. Realmente nunca he usado accesorios, mucho menos accesorios con símbolos religiosos, pero sin pensarlo dos veces me lo puse, y esa noche me caí a las vías del tren.
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¿Por qué suceden estas cosas? Tiene que haber una razón. No había visto a mi familia en años, y gracias a mi caída los pude ver todos los días durante los siguientes meses, mientras estaba en rehabilitación. Mi madre voló desde Hawái para estar conmigo seis meses hasta que pude volver a caminar. No nos reuníamos desde el divorcio de mis padres hace 15 años. Pasamos unos momentos muy conmovedores juntos.
Por ejemplo, cuando me dejaron salir del hospital, estaba drogadísimo por las pastillas para el dolor, y para mi sorpresa esas madres te constriñen cabrón. Había tomado unos laxantes extrapotentes para ayudarme a echar el topo, por lo que segundos después estaba gritándole a mi padre que se orillara porque tenía que cagar. Apenas habíamos entrado al estacionamiento de un McDonald’s cuando salté de la camioneta y me cagué encima justo frente a la puerta. Estuvo cagadísimo, me empecé a reír mientras la mierda se escurría por mis piernas y cubría mis zapatos. Empecé a imaginarme lo que estaba pensando la gente que se comía su McMierda, viéndome ahí parado con mi andadora, mientras una diarrea explosiva se precipitaba desde mis entrañas. Se sintió tan bien, ¡fue un alivio!
Esta fue la absurda belleza de un momento familiar poco convencional. Mi hermano, Dios lo bendiga, me ayudó a limpiarme en el McDonald’s mientras mi papá limpiaba la banqueta. Todos nos reímos un buen rato. Son momentos como éste los que te ponen a pensar sobre tu vida.
Estas son algunas fotos de los momentos antes del incidente, y también algunas con mi familia durante mi rehabilitación en Florida. El antes y el después. Seguro adivinas cuáles son cuáles.