El retiro y la doble muerte del atleta

Está comprobadísimo aquello de que, por muchos millones que tengas en el banco, en el sótano o debajo de la cama, siempre se debe tener algo qué hacer, sobre todo pensando en el momento en el que toda aquella millonada desaparezca y vuelvas a formar parte de la masa. El choque repentino del paso de una vida dedicada al deporte profesional a una actividad diaria con rutinas, una actividad cotidiana, con un orden de horarios más o menos regulares, puede llevar a depresiones, al abuso de bebidas alcohólicas u otras sustancias, e incluso a un sentimiento permanente de que la vida pierde todo el sentido que antes tenía.

El remero olímpico Gearoid Towey, opina que la vida útil de un atleta se condensa en unos 10 años. Así pues, considera que un atleta no puede proyectar su vida en función de lo que está viviendo en su momento de máximo rendimiento pues, en caso de hacerlo, estaría “destruyendo el resto de su vida”. Towey, a día de hoy, se dedica a encaminar la vida de los atletas retirados e introducirlos en un día a día rutinario, cotidiano, intentando que el cambio de situación sea lo más llevadero posible.

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Según Towey, un primer paso para aligerar el golpe es comenzar a vivir de manera rutinaria mucho antes del retiro, y hacerlo, precisamente, cuando la actividad deportiva esté en su plenitud. Los entrenamientos a todas horas, la alimentación extremadamente cuidada, la atención psicológica especializada, la presión por lograr resultados, el alejamiento de los seres queridos, la tensa relación con patrocinadores y la agenda mediática, puede llegar a generar un explosivo cocktail al que es importantísimo añadirle un toque de realidad en forma de rutina y cotidianidad.

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En algunos países como Australia ya existen programas de tratamiento preventivo en los que se anima a los atletas del futuro a no despegarse de “su vida normal” pese a las limitaciones exigidas por el sistema de alto rendimiento. Por otro lado, y en un completo extremo, encontramos a los atletas chinos, quienes viven, en algunos casos, una situación del todo inhumana al ser desvinculados de su núcleo familiar para formar parte de una maquinaria deportiva hecha estandarte propagandístico del gigante oriental.

Por todo esto, en casi todos los deportes es tan difícil para los deportistas anunciar su retirada. La falta de normalidad en sus vidas les lleva a afrontar la pregunta de “qué voy a hacer mañana” con un miedo aterrador, el cual, en consecuencia, les lleva a alargar su situación profesional hasta el límite. Algunos deportistas de elite como Usain Bolt, sin embargo, no tuvieron problema en anunciar su retirada tras asumir que su momento había pasado. Eso sí, el jamaicano ya prepara a día de hoy su flamante entrada en el mundo del fútbol, por lo que considerar su caso como una retirada exitosa del deporte profesional sería todo un error.

Algunos, sin embargo, sí tuvieron un desenlace trágico. La laureada Soraya Jiménez, atleta mexicana de levantamiento de peso, fallecía a la temprana edad de 35 años, víctima de un infarto, al igual que el marchista Noé Hernández. En ninguno de los dos casos se ha logrado relacionar directamente lo sucedido con su vida post alto rendimiento, aunque es una de las hipótesis principales al igual que en muchos otros casos.

Se dice que las figuras deportivas mueren dos veces: la primera de ellas es cuando se retiran. El no saber con certeza a qué se van a dedicar después, el estar desvinculados de su núcleo familiar y social, el no tener una titulación académica, o el simple hecho de sentir que ya nunca volverán a estar al nivel físico al que llegaron, generan una incertidumbre que, al transformarse en ansiedad con el tiempo, puede llegar a ser fatal. Es igual de importante luchar, entrenar y prepararse para el presente como hacerlo para el futuro. Aceptar cada situación y acceder a un tratamiento profesional para “la vida después del TOP” es algo cada vez más necesario en la elite deportiva de nuestros días.