Hago memoria y agrupo mis diversos sentimientos de culpa como fantasmas que duermen conmigo y se turnan para aparecer en algún momento de la noche. El más recurrente se relaciona con mi productividad, que claramente se agravó durante la pandemia y seguro es un tema de conversación con mis amigos.
La primera vez que lloré por sentirme culpable fue en el mejor momento de mi vida. Había viajado a Madrid sin tener un objetivo claro. Mi idea inicial era quedarme dos semanas y recorrer algunos museos, pero mis planes cambiaron apenas entré al primer bar. Ahí conocí a dos chicas que luego fueron grandes amigas. Ellas se habían reunido para definir la búsqueda de un piso y a la tercera cerveza compartida conmigo ya formaba parte de su proyecto de vida y por supuesto de una futura convivencia. Tenía algo de ahorros y conseguí un trabajo en un bar que me permitía estirar mi estadía. Así se fueron los primeros cuatro meses.
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Una mañana me encontré con mi cuenta bancaria prácticamente en quiebra. Apenas la vi me largué a llorar y llamé a una amiga por teléfono:
“Irene, me gasté toda la plata. ¿En qué? Ni idea, supongo que en cerveza, en salir y disfrutar. ¿Qué hice todo este tiempo? No hice nada. ¿Para qué me recibí? ¿Me explicás? Para nada”.
Irene se empezó a reír y me pidió que me calme:
“¿Qué hiciste todo este tiempo, Paloma? ¿Es que no lo ves? Te arriesgaste, te mudaste, alquilaste un piso, lo amueblaste, conociste más gente que yo en 10 años en esta ciudad. Te estás adaptando, querida. Eso no se hace de un día para el otro”.
Debo confesar que si bien me parecía hermoso todo lo que mi amiga me iba enumerando, por dentro me costaba asumir que lo que había hecho, durante esos meses, no tenían nada que ver con lo que yo consideraba como productivo, y por dentro, el sentimiento de culpa de haber disfrutado de algo nuevo en un corto plazo me estaba carcomiendo las venas.
El sentimiento de culpa es extraordinario. Con base en diferentes superficies, las personas cuestionamos la posibilidad de ser felices, libres y estar despreocupadas frente a los placeres de la vida misma. Una de estas bases es la religión, que desde hace miles de años inventó la culpa para que fuera tuya, siempre. Y así, cada vez que la sientas, puedas ser capaz de golpearte el pecho para intentar sanar ese peso buscando el perdón de Dios. Otras superficies son las sociedades y las estructuras, que se han ensañado en mostrarte que tu esfuerzo es merecedor de recompensas de todo tipo, económicas, sociales y amorosas.
En Siete casas vacías (2015), los cuentos de Samanta Schweblin, el sentimiento de culpa aparece recurrentemente desde el sentido de responsabilidad, capaz de causar terror en los personajes que componen los relatos y siendo protagonista dentro de los espacios de las casas que aparecen. En estos cuentos casi todos los personajes se replantean este sentimiento donde son capaces de enfrentar sus miedos, su libertad y el contexto que le impone un límite en sus comportamientos.
Tomando este tipo de sentimiento culpable y personal, Nik Mac-Namara, Psicoterapeuta de mujeres y disidencias LGBTIQA+, hizo una encuesta sencilla en sus redes sociales que le permitió tener material sobre el tema.
En esta encuesta participaron más de 500 personas que respondieron a las siguientes preguntas: ¿qué es para ti la culpa?, ¿sobre qué sueles sentirte culpable?, ¿en el último mes te has sentido culpable?. A esta última pregunta, 441 personas contestaron que sí y 53 personas contestaron que no. Entonces, a partir de las respuestas afirmativas Nik agrupó las respuestas en distintos tópicos.
- No ser productiva. 68 personas incluyeron en sus respuestas: no producir o no producir lo suficiente.
- Comer. 38 personas en sus respuestas mencionaron culpa respecto a comer, comer demasiado, comer sin necesitarlo, etc. Adicionalmente 9 personas mencionaron junto a esto el “no ejercitar lo suficiente”.
- No ser “exitosa” a mi edad. 27 respuestas mencionan no cumplir con expectativas propias o sociales respecto al “deber ser” o a lo que se espera de elles.
- No hacer felíz a quienes me rodean. 24 personas mencionan culpa respecto a la manera en la que se relacionan con otres y 15 personas más mencionan el temor explícito de hacerles daño.
- Hacer “nada”. Sobre el descanso y/o dormir 22 personas señalaron sentirse culpables (no se contabilizaron estas respuestas en “no producir”)
- Poner límites. 18 respuestas mencionan el poner límites a otres o ponerse en primer lugar.
- Me siento mala mamá. 12 respuestas contenían el sentirse culpable por las labores de crianza “no cumplidas” o hechas “no tan bien”.
Finalmente 10 personas mencionaron sentir culpa respecto a sus privilegios. Algunas mencionaron sentir culpa por “existir” y otras respondieron que se sentían culpables por tener algún padecimiento de salud mental.
Frente a este trabajo decidimos hablar con Nik Mac-Namara sobre los resultados y su significado.
Empecemos por el tema en cuestión ¿Qué significa tener culpa?
Resumiéndolo, es la sensación de no estar haciendo algo que se supone deberíamos estar haciendo. Es la sensación de una falta de acción, que no estamos ejecutando o no ejecutamos anteriormente. A esto le podemos agregar un tono: moral, religioso, capitalista.
¿Pensás que las sensaciones de culpa cambiaron a lo largo del tiempo?
Sí. Las personas somos sujetos históricos, nuestras emociones y sentimientos se van adaptando a lo que vivimos, por lo tanto nuestros sentimientos de culpa también estarán sujeto a esto.
Por ejemplo, la mayoría de las personas que contestaron la encuesta son mujeres, o sujetos que identifiqué como femeninos y la mayoría de las respuestas aluden a lo que se conoce como “la supermujer” que es básicamente esta imagen asociada con el esclavismo machista y patriarcal que no toda la gente lo tiene visualizado. “La supermujer” hace mil cosas: cría a les hijes, le va bien en su trabajo, tiene una vida interior rica, lee, escribe, pinta, cocina, es creativa, es simpática, amable, buena persona, buena amiga, buena esposa.
Si antes la culpa estaba asociada a la maternidad o al casamiento, hoy esta idea se amplió. Logramos, con el tiempo, desarmar ciertas cuestiones, pero integramos otras que nos generan culpa no estar cumpliendo.
Por otro lado, también hay muchas respuestas relacionadas con la culpa al descanso. Culpa de dormir, culpa de ver películas, culpa a la “no productividad”, a tener momentos de ocio.
¿Cómo podemos trabajarla a largo plazo?
Yo siempre les hago las siguientes preguntas a mis pacientes: ¿A quién estamos respondiendo cuando sentimos culpa? ¿Para qué?
– “Quiero ser mejor en mi trabajo”
– ¿Para qué?
– Para tener más ingresos
– ¿Para qué?
A veces hay un para qué real con objetivos claros y definidos, y a veces hay para un para qué súper intangible. Suelo hacer esas preguntas para que no lleguemos a meternos en una rueda en la que no sabemos cómo salir, donde terminamos trabajando más horas o respondiendo a nuestros jefes fuera del horario de trabajo, por una sensación de culpa y sin tener un para qué del todo claro. Por eso es necesario preguntarse: ¿A quién estoy beneficiando cuando estoy cediendo mi tiempo y corriendo mis límites personales?, ¿Qué beneficio real tengo? Claro que existen algunos que seguramente dependan de una clase social y económica, pero cuándo la culpa es lo único que está presente ese esfuerzo empieza a perder sentido, terminamos siendo cómplices de una amenaza imaginaria: la de no quedarme sin trabajo.
Entiendo que es cultural ¿no? Esto del trabajo, por ejemplo, ¿cuántas veces nos hemos sentido culpables por haber terminado nuestro trabajo relativamente temprano? Bueno, ¿qué es temprano? En mi caso son las cinco de la tarde, soy una culposa de manual.
Claro que es cultural. La cultura del trabajo cambia drásticamente. En Chile, por ejemplo, existe el mito de “merecer la vida”. Es una lógica muy esclavista. Como si nos tuviésemos que ganárnosla, ganarnos el derecho a existir: “Si tú trabajas más y te esfuerzas más, entonces te mereces más vivir”.
En mi caso, si yo me iba de la oficina en el horario que correspondía estaba mal visto. Mis propios compañeros de trabajo me lo remarcaban.
Es como si el sentimiento de culpa se relacionara con el sacrificio ¿no? Mientras más me sacrifico por algo menos sentimiento de culpa voy a tener. “Hice todo lo que pude por: mi trabajo, mi familia, mi pareja. No debería sentir culpa de nada”.
¡Claro! Si yo tengo la excusa de que me he sacrificado en esta vida, que lo he dado todo, entonces nadie me puede decir nada, ni exigir demasiado.
Existe un resultado que me apenó muchísimo porque pensé que la sociedad había cambiado y me he dado cuenta de que no fue así. Es el de tener culpa por ejercer una mala maternidad. Otro que me llamó la atención fue la culpa de comer. Insisto, la mayoría de las personas que respondieron esta encuesta son mujeres o personas que se identifican como tal. Aunque en los últimos años se ha hablado mucho sobre gordofobia y se ha trabajado sobre el tema, pensé que estaba más avanzado y evidentemente no, todavía es muy fuerte la culpa de comer. ¿Cómo puede ser que haya mujeres que se sientan culpables por alimentarse o por disfrutar una comida? Es algo que me apena realmente.
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